SieteNotas

Carmen Aguiar, El Tango es sagrado

4/2/2009

Es una leyenda viva en el mundo del tango parisino. Coreógrafa, bailarina de danza clásica y contemporánea, ingresa al mundo del tango de París convirtiéndose en una de las estrellas del célebre Troittoir de Buenos Aires. Junto a su compañero de vida y de baile Víctor Convalia formó varias generaciones de tangueros y hoy es el alma máter de una de las milongas típicas de la capital francesa: El Patio. En febrero llegará a Montevideo después de casi una década para participar como invitada especial en el II Festival Internacional de Tango Danza del Río de la Plata. DelUruguay.net conversó con ella en su casa de París.

¿Cómo nace tu pasión por la danza?

Cuando tenía cinco años, mi abuelo, Luis Pedro Cantou -que hizo la escultura del Florencio Sánchez que está en el Parque Rodó-, venía a visitarnos al campo, en Paysandú, donde yo vivía. Caminábamos mucho por el campo y a veces cuando yo veía una cosa que me gustaba, lo paraba y le decía: “pará que te voy a contar lo que me está diciendo ese árbol”, y se lo representaba en movimiento. Pero yo nunca había visto bailarines. Había visto alguna vez algún pericón o gato bailado en algún rancho de campaña.

Era innato...

Pienso que sí. Es así que mi tío le sugirió a mi madre de mudarnos a Montevideo (nosotros vivíamos muy lejos de todo, en una estancia en pleno campo). Tuve un muy mal comienzo en la capital, no me adapté, no me gustaba. Luego empecé la danza clásica cuando cumplí ocho años y me enganché mucho. Pero, inmediatamente, mi madre se dio cuenta que me tenía que dar algo que me brindara más conciencia corporal en una línea de movimiento más libre ya que la danza clásica de alguna manera me estaba deformando. Así es que mi madre me llevó a las clases de Inx Bayerthal, quien yo considero fue un referente importantísimo de la danza en nuestro país. Mucha gente del Uruguay le debe cantidad de cosas. Habría que darle en Montevideo un gran homenaje a Inx.

¿Cuál fue el gran aporte de Bayerthal en Uruguay?

Ella salió muy joven de la Alemania nazi, huyendo porque era judía, y se refugió en Uruguay donde fundó una escuela de danza con un enfoque muy profundo en el trabajo de conciencia corporal. La gran cosa que tenía era que te llevaba siempre a la improvisación. Eso se lo debo a ella: mi gusto por la improvisación, que fue mi punto fuerte cuando llegué a Francia porque nadie improvisaba.

¿Cómo llegaste a Francia?

Me casé muy joven con Manuel Aguiar, que es un importante artista plástico uruguayo que pertenece a la escuela de Torres García. Con él, muy jóvenes los dos, nos fuimos de gira por Europa con un mínimo apoyo económico de una beca del SODRE y otras colaboraciones. Me empecé a interesar en distintos tipos de danza y en particular en danzas indias como Barata Natian. Me interesé especialmente en el aspecto sagrado de las danzas y del movimiento. Luego volví a Montevideo y años más tarde, en el período de facto, los militares me sacaron el pasaporte y me mandaron a Europa, porque yo militaba para el Comité de Defensa de prisioneros políticos del Uruguay, con Amnistía Internacional y todas las organizaciones que defendían las leyes de derechos humanos.

Has militado siempre por ideales sociales y políticos y te has formado en el área de la psicología en la Universidad de Francia.

Sí. Yo me pregunté siempre como era posible que en un país como el nuestro existiera la tortura. Más iba conociendo y más me iba indignando con la utilización de la psiquiatría y psicología con fines de tortura. Estudié psicopatología para comprender eso pero no comprendí. Terminé entonces de estudiar en la Universidad con gran esfuerzo porque tenía que criar a mis hijos y estudiaba en las noches, ya viviendo en París. Mi profesión me mandó a un hospital que lo dirigía un gran psiquiatra que trabajaba con niños autistas. Mi rol era trabajar con esos niños en la danza y en la música. Integré un equipo extraordinario y ellos se quedaron muy contentos con mi aporte. Yo seguí trabajando honorariamente mucho tiempo hasta que un día se creó una asociación a través de la cual mi trabajo iba a ser remunerado. Se me otorgó también una beca para formar en el área de la danza a bailarines contemporáneos, actores, comediantes y estudiantes o jóvenes que trabajaran en el área social como educadores o psicólogos. Fue una gran experiencia.

Ya en Francia, y luego de varias idas y venidas a Uruguay, ¿cómo ingresás al mundo del tango convirtiéndote en una de las figuras clave del famoso Troitoir de Buenos Aires?

En Francia, luego de tener a mis dos hijos, tuve que decidir si seguir o no bailando. Manuel seguía pintando y trabajando muy bien y yo por un período elegí ser madre antes que todo. El hecho de bailar en un teatro a mi no me importaba tanto, sino que consideraba que la danza es una expresión del cuerpo que no implica el mostrarse. Lo fundamental es ligar el cielo con la tierra. Para mi el tango es eso. Físicamente, si no estás arraigada a la tierra y con la columna vertebral hacia el cielo, no puedes conectarte verdaderamente con el tango.

¿Y cómo llegás a trabajar en el célebre local de tango parisino “Troittoir de Buenos Aires”?

Fue a fines del ´84 cuando el Troittoir se dio cuenta que era importante incluir el baile además de la música, de los grandes grupos de tango. Así es que su director, Edgardo Cantón, me llamó a mi porque en el Troittoir trabajaban muchos argentinos y él quería una uruguaya. Además, estaba convencido que yo representaba una criolla. Le gustaba el hecho que yo tuviera esa cosa muy arraigada al campo y al mismo tiempo al Río de la Plata. Yo en ese momento de tango conocía muy poco y empecé a desarrollar un tango muy contemporáneo, algo que en ese momento era muy libre y muy loco. Tenía que hacer siempre coreografías con los alumnos que venían, pero no podía trasmitirles sólo Piazzolla sino también autores clásicos. Un día apareció Víctor Convalia y me impactó. Él era español y había aprendido el tango en España. Empezamos a trabajar juntos, nos fuimos a Argentina y empezamos a desarrollar un proyecto para unificar el tango en París, que era un gran caos en ese momento.

¿Considerás que han sido pioneros en París a la hora de abrir una brecha en el ambiente tanguero en lo técnico y estilístico a partir de los años 80?

Considero que hice un gran aporte en cuanto a la conciencia corporal, la respiración, lo técnico y Victor tenía mucho tango, mucho estilo. La gente decía que él tenía la cara de tanguero; cuando bailábamos juntos éramos realmente una pareja con mucho magnetismo. Todo lo que hacíamos trasmitía pasión y amor por la cultura tanguera.

¿Cómo te sientes hoy en el ambiente tanguero parisino?

Con nostalgia. Es difícil hacerles entender a los franceses lo que es nuestra cultura. Hay muchos alumnos que siguen los cursos míos y van comprendiendo lo esencial de la cultura, un buen bailar del tango. Pero en líneas generales no se comprende lo que nosotros somos y hemos hecho. Mi hermano me llevaba a caballo cuando yo tenía diez años a peñas de campaña y a fiestas donde se bailaba el tango y así fui creciendo. Eso no lo puede trasmitir una bailarina de danza clásica o contemporánea que no ha vivido nuestra historia cultural. Mis raíces son las que me han hecho ser una buena maestra de tango.

He tenido oportunidad de participar de una de tus clases y me impresionó el modo en que trasmites los conocimientos, sobre todo porque enseñás a escuchar, a conocer más sobre la música, sobre las orquestas que uno está bailando, eso no todos los docentes lo hacen en Europa y creo que es muy importante...

Considero que es una manera también de trasmitir la cultura rioplatense. Pero es muy difícil que lleguen a interpretar lo que escuchan en general. Lo escuchan cuando están conmigo en las clases pero luego en el baile les resulta difícil interpretar a un Pugliese, a un D’Arienzo... bailan todo igual.

A lo largo de tu carrera también has trabajado mucho el aspecto erótico del tango...

El tango lleva la historia en su memoria y si bien fue creado por los criollos, en el criollo no podemos olvidar al indio ni al negro. Todos los hombres que llegaban como inmigrantes desde Europa, venían solos, buscando en una cierta medida oro y se encontraban que no tenían mujer y debían vivir en conventillos y buscarse nuevas mujeres. Ahí comienza a verse esa veta erótica del tango. Yo vivía en el puerto cuando era chiquilina y saqué de la calle a una niña de quince años que vivía en un conventillo y ejercía la prostitución. Esa prostitución obligada porque si no lo hacían se morían de hambre. Aquí en Europa, la gente burguesa que baila tango no sabe qué es tener hambre, vivir mal, trabajar duramente, no entienden lo que es un país pobre.

Tenés una visión muy social y antropológica del tango. ¿Estás elaborando proyectos con el tango que son de aporte a la comunidad?

Una de las cosas que más me impresionan de la sociedad en la que vivimos es el poder de la droga. Es muy grave lo que genera. Creo que el tango es una manera de pacificar situaciones extremadamente agresivas de discriminación y segregación que terminan llevando a los más jóvenes a las drogas. Yo lo comprobé cuando trabaje con Víctor. Tengo dos alumnas mujeres que hacen danza-terapia y quiero integrarlas en este proyecto, a quienes también las quiero hacer participar en mis proyectos de desarrollo con la tercera edad.

¿Qué extrañás de Uruguay?

Mi gente, la gente: la panadera de la esquina que me sonríe, es muy distinto aquí. Me falta tanto la cultura nuestra que a veces me dan ganas de llorar.

¿Qué es lo sagrado para vos?

Lo sagrado no es entrar en una religión, sino conectarse con el corazón de uno y asimismo con el de los otros. La única religión que existe para mí es la del corazón. Si no, mirá lo que hacen los practicantes de todas las “religiones” del mundo. Todos están o han estado en guerra. Hay un film muy hermoso que se llama: “Les ailes du désir” (Las alas del deseo), de Wim Wenders. Es la historia de un ángel que viene al mundo y que encuentra a un señor que busca en los libros de una biblioteca un momento de la historia donde no haya habido guerras. Quizás el tango sea un modo de salvación. Porque el tango es sagrado. Porque genera conexión. No porque pertenezca a una determinada cultura. A Rumi (célebre poeta persa del siglo XIII) le preguntaron dónde está la verdad de la religión y él respondió: “la busqué en muchos lugares y no estaba... Sólo la encontré en el fondo de mi corazón”. Creo que esa es la única religión que pueda salvar el mundo.

Ana Karina Rossi

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Martín Buscaglia, 16/9/2000
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