SieteNotas

Sabrina Lastman en La Colmena

13/4/2007

Afianzada y afinada

Las luces se apagan, el espectáculo está por comenzar. “La Colmena invita a los presentes a bajar a la cava luego del show para degustar nuestros vinos”, dice una voz. ¡El toque prometía más de lo que uno se imaginaba!

La Colmena es uno de los escenarios más intimistas del circuito montevideano. La cercanía del escenario, las paredes de piedra, las luces y las cómodas sillas acolchonadas, generan una comodidad que contribuye a un mayor disfrute del espectáculo.

Sabrina Lastman también envuelve al público con la dulzura de su voz. No importa que cante en español, inglés o portugués; su timbre de voz, la gesticulación, la concentración y la garra que le pone, nos dice mucho de esta cantante. En el momento que se dispone a cantar sentimos que sabemos mucho de ella, que la conocemos hace mucho tiempo. Quizás estaba en nuestro inconsciente.

A la hora señalada salen los músicos a escena. Sabrina fue acompañada por el cuarteto integrado por Pablo Somma (flauta), Andrés Bedó (piano), Roberto de Bellis (contrabajo) y Jorge Trasante (batería). Con esos nombres el espectáculo ya prometía mucho.

Es Trasante quien rompe el silencio con una base de batería que logra hipnotizar a un público que, por otro lado, todavía permanecía expectante: todos queríamos escuchar su voz. Con los ojos cerrados entona una apacible melodía que suena familiar. El tema era “Nature boy" de Eden Ahbez, que también fue versionada por el Gran John Coltrane. Durante un par de minutos Sabrina permanece en ese mano a mano entre batería y voz. ¡Hay que aguantar esa batería! A Trasante no le gusta hacer una base derechita, sino que llena de adornos y firuletes hasta el ritmo más simple.

Se va sumando tímidamente la flauta, que supo acoplarse a las melodías más dulces y cuando se requería técnica, demostró una velocidad que muchos metaleros envidiarían. El pianista, por su parte, se mostró sobrio y sin lucirse le sacó jugo al instrumento que, a mi entender, es el más versátil de todos.

El repertorio fue un acierto. Se ejecutaron obras de artistas de la talla de Egberto Gismonti ("Agua y vino" y "Frevo"), Astor Piazzolla ("María de Buenos Aires"), Antonio Carlos Jobim ("Dindi"), Laurie Anderson (“The Courtain”), y de Juan Carlos Cobián (“Los Mareados"), por mencionar algunos. Además, musicalizó los poemas “Color de arena” de Washington Benavides y “Susurros” de Idea Vilariño.

También se dio el gusto de presentar el tema de su autoría “Divertimento”, y lo presentó como una “miniaturita, que parece que los va a divertir mucho”. Y vaya que nos divertimos cuando Somma, el flautista, se abstrajo y comenzó a soplar a lo Ian Anderson, dejándonos escuchar al aire pasar por los huecos de su amada.

La cantante pasea por diversos géneros e improvisa naturalmente con su voz de una manera muy rítmica, estudiada y espontánea. Es imprevisible. Las diferentes facetas de Sabrina permiten diálogos memorables entre voz y batería, piano o flauta.

Aquello de “la voz como instrumento” le queda corto. Ella en sí misma es un instrumento más en escena, que logra lucirse cuando el tema lo requiere, o acoplarse naturalmente con los otros músicos.

Rodrigo Ribeiro

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