Romano, Fattoruso e Ibarburu Trío en Teatro Solís
30/6/2007
Una felicidad indescriptible
El concierto estaba previsto a las 21 horas de aquel 13 de junio en el Teatro Solís. No recuerdo exactamente por qué es que llegué con cinco minutos de retraso a la cita, pero viví un episodio de lo más curioso. Una vez que me cortaron la entrada, me recibió un acomodador para llevarme a mi puesto (un muchacho muy serio y correcto engalanado en un traje gris y bordó) que me acompañó unos pasos y me dijo: “Ahora no podés entrar, cuando termine el primer tema y aplaudan, ahí te metés”. Sin chistar hice caso, pero para mis adentros maldecía al responsable de semejante disposición, como si el público que llega sobre la hora entrara al mejor estilo “Los borrachos del tablón” cantando con banderas, haciendo un bochinche insoportable. Pero enseguida entendí que el muchacho estaba siguiendo órdenes, y que no correspondía demostrarle mi descontento con tal resolución.
Unos minutos después, terminó el primer tema y tuve que salir corriendo despavorido para llegar a mi puesto. Me habían dado un lugar en el último palco a la derecha del segundo piso. Un lugar con muy mala visión, apenas se veía una parte del escenario, y si uno pretendía ver a Martín Ibarburu en la batería tenía que estar dispuesto a llevarse a cuestas un poderoso dolor de cuello como recordatorio.
Pero nada de esto bastaba para arruinar una velada de buen jazz. Es que se presentaban Popo Romano en contrabajo, Hugo Fattoruso en piano y Martín Ibarburu en batería, para acercarnos una selección de temas de los dos veteranos y también de otros intérpretes. Prometía mucho en la previa este dream-team de músicos que generalmente acompañan a otros cantautores.
Me llamó la atención el vestuario: pantalón de vestir, zapatos, Martín tenía una camisa lisa de manga corta, el Popo una remera de manga larga… “bien empilchaditos se vinieron” me dije a mí mismo. Minutos después noté que Fattoruso tenía una camisa floreada y Popo andaba de championes rojos, ¡había que darle un toque más descontracturado a tanta corrección!
Lo primero que uno notaba era la buena coordinación que había en este típico trío de jazz. Si bien había lugar para la improvisación, se notaba que había mucho ensayo previo porque bastaba con una mirada o un sutil gesto para hacer un salto rítmico o tonal en un instante. Un recorrido por temas de Manolo Guardia, Ruben Rada y Jaime Roos, entre otros, permitió que el jazz, género maleable por excelencia, pudiera fusionarse a la perfección con ritmos como el candombe, la bossa-nova, la samba y hasta el tango.
A los pocos minutos, descubro al espectador de lujo, un tipo con una posición inmejorable para ser testigo de esta sesión de jazz. Un tipo serio que se movía de un lado a otro en el escenario y que aún así, lograba pasar desapercibido. Hablo del camarógrafo que se encargó de documentar el recital. Nuestro enrulado amigo de buzo, pantalón y championes, cargaba en el hombro una cámara mediana y se arrodillaba al lado de cada músico para grabar de cerca las manos de estos monstruos.
En ese entonces el Popo ya había dado cátedra en el contrabajo con un solo golpeteado casi slap ante un maravillado Fattoruso; el Hugo por su parte, ya había hecho un solo jazzero/blusero y había llevado el tiempo con su pie izquierdo; el iluminador, de buen desempeño, ya había acompañado los distintos saltos rítmicos con una coherencia asombrosa y había puesto un foco fijo a cada uno de los músicos en sus momentos de goce. Y el camarógrafo andaba a los saltos cual bailarina de ballet para no enredarse con los cables, con un trotecito cortito pero ágil para ir de un lado a otro.
No es noticia que Martín Ibarburu es un tipo tímido. En el cuarto tema, un bossa tristón, arranca con un solo livianito que pasa de repente de bossa tranquilo a un acelerado samba que sirve como buen gancho para que se sumen los otros dos. En el tema siguiente, Fattoruso, que tenía un micrófono para cantar, nos regaló una juguetona improvisación de voz sobre una enérgica base jazzera. En el séptimo tema queda Popo Romano en solitario. Él y su contrabajo frente a la inmensidad de un Solís colmado. Arranca una dulce melodía, que de a poco va aumentando en su intensidad, convirtiéndose en un candombe con las cuerdas percutidas. En el suelo había dos pedales, cosa que me extrañó considerando que el contrabajo no suele ser un instrumento eléctrico. Estos, eran para activar y desactivar una grabación: Popo activaba uno y grababa una base de candombe, luego lo desactivaba e improvisaba sobre esa base. Así sucesivamente iba aumentando la cantidad de grabaciones y complejizando la cuestión. En el teatro reinaba el silencio para no desconcentrar a un enchufadísimo Romano…
¿Y el camarógrafo? Nuestro enrulado amigo estaba casi recostado escondido debajo del piano de cola, grabando todo. No podíamos ver su silueta en ese momento, pero podíamos ver su cámara a unos veinte centímetros del piso.
A todo esto, y una vez finalizada esa interpretación, el Popo le da lugar a Fattoruso para que ejecute una mezcla entre vals, candombe y murga como sólo el maestro sabe hacerlo.
Vuelven los tres. Tocan blues, funk y candombe. El endiablado Fattoruso sigue la línea de candombe con ambas manos como si de una cuerda de tambores se tratase. Cada tanto habría que avisarle que eso no es un tambor, ¡es un piano! El Popo lo mira y sonríe.
Tras el bis “Tango del este” de Manolo Guardia, el Popo agradece y los protagonistas se despiden con una “felicidad indescriptible”.
Rodrigo Ribeiro