ConFusión, La frialdad del oficio
1/4/2006
Neil Young debe ser el único tipo perteneciente a la generación de los sesenta que supo acompasar su ritmo al ritmo del mundo para así estar a la vanguardia en más de una ocasión. En cuanto al resto de los músicos de esos años, es difícil comprender por qué en su momento hicieron una música nueva y luego se quedaron durmiendo a la sombra de esa añeja novedad, o por qué le propusieron al mundo un vértigo de creacionismo y después no fueron capaces de ver más allá de la cresta epocal del jazz rock.
A más de veinticinco años de que Return to Forever, Weather Report y Opa llevaran el estilo a su máximo de posibilidades, no se entienden las razones para la realización y edición de un disco como el de la agrupación uruguaya ConFusión (ConFusión, Sondor, Montevideo 2005). ¿No ha pasado el dark, el rock industrial, el thrash metal, el noise, el grunge, el acid house y el hip hop –entre otros- como para sacar un datito de todo eso? ¿No han acontecido una cantidad de hechos en la música uruguaya desde el ´77 hasta acá, como para por lo menos rascar algo del fondo de esa olla?
Es cierto que si las composiciones tienen la carga de la inspiración, poco importa la vigencia del estilo abordado. Pero cuando el regazo de la musa no acompaña, enseguida salta que el tipo de sonido está fuera de foco y un disco como éste se convierte en una edición más de jazz rock, de las tantas que sin pena ni gloria, se han publicado durante los últimos años en Uruguay.
La esencia del género se respeta a rajatabla y la vieja fórmula de la sección rítmica llevando el pulso de cada composición, y los instrumentos solistas jugando libremente sobre ese piso e intercambiando sus roles protagónicos, aparece como algo inamovible. El virtuosismo de los músicos no está en tela de discusión y no se necesita oír esta placa para confirmar la maestría de Daniel Bertolone en la guitarra, ni la versatilidad de Gustavo “Mamut” Muñoz en el bajo, o la eficiencia de Andrés Arrillaga en batería y Juan Prada en los teclados. En cada intervención demuestran que son unos capos en la ejecución instrumental y al mismo tiempo, les falta la generación de novedades técnicas en el plano individual y en el trabajo orquestal. Las canciones se oyen más de una vez y no aparece un elemento movilizador de los sentidos, algo que quiebre la certeza que esta música ya se oyó con anterioridad.
Bertolone sabe extraer de su guitarra un sonido tan depurado y prolijo, que hace suponer que la frialdad del oficio se cerró como una persiana sobre los delicados y quebradizos cristales del alma. Es difícil encontrar detrás de sus escalas y sus largos recorridos por el mástil, a aquel guitarrista hiperkinético y lleno de garra, que todavía puede oírse en el único disco grabado por Días de Blues.
Y si tocar de manera antiséptica es una ley natural de la que los músicos entrados en años no pueden escapar, ¿cómo se hace para no seguir adorando aquella gesta rabiosa de los Sex Pistols, o el crepitar extremo de Nirvana, o el maravilloso resplandor de Bertolone cuando era un pendex?
Leonardo Scampini