Sol Bauzá, raíces
26/6/2014
Sol Bauzá se ha ganado a pulso un lugar en la música nacional defendiendo con su canto y desde su territorio, la obra de autores como Mateo, Darnauchans o Cabrera. Hablamos de sus comienzos y del devenir de su carrera musical. Hay muchos nombres que aparecen, se entreveran, se funden… Mejor dejemos que ella misma sea quien desenrede y nos cuente la historia paso a paso.
¿Qué música se escuchaba en tu casa y fuiste absorbiendo, creés, inconscientemente?
Crecí en un hogar en silencio. Salvo las escalas que practicaba un vecino pianista, un hogar AM, donde sonaba Sarandí, la 30, voces solemnes y “fritura”... no así música. Hubo un tocadiscos, se rompió y nunca lo arreglaron. A lo sumo sintonizaba El Dorado de adolescente, y algo de rock nacional capté en los 80, así como cantopopu, más de rebote en el comité o un acto político, que por sonar en casa. Tuve una “etapa Parchís” de consumir todos sus éxitos (y figuritas), canción a canción. Y los fui a ver al Cilindro. Tuve cassettes grabados con algo de Pink Floyd, Beatles, canciones de la Guerra Civil Española, escuché de rebote cosas de la cultura de masas industrializada: un cassette de los valses de Strauss en viaje familiar ida y vuelta hasta Paraguay, alguna ensalada de oldies sin data prestada en el liceo. Estaba deseando que llegara el martes, que tenía coro, de tanto que adoraba cantar. Aunque el repertorio (colegio británico, plena dictadura) era un penal: Mocedades, algún tema latinoamericano no muy izquierdoso… uruguayo, nada. Después en vacaciones en Melo, porque mi familia es de Cerro Largo, samba enredo, en carnaval, bastante pop de Brasil, lamentablemente no así bossa nova ni choros ni folclore gaùcho.
Mis padres no me llevaban a conciertos, ni fueron nunca de escuchar música. Es como si me hubiesen cambiado de cuna en el sanatorio, 0 estímulos, no parezco hija de una familia tan poco musical.
Llegado el momento de iniciar una carrera musical, ¿qué te movió a decidirte por interpretar jazz, soul y bossa nova?
Me lancé a cantar con veintipocos años, cuando quedé en seguro de paro en semanario Búsqueda. De un día para el otro, siendo periodista en “el paro”, tomé coraje para decidir que era cantante, armé un trío de jazz y me contrataron para cantar en un hotel cinco estrellas, el Conrad (donde llevo muchas temporadas). Fue muy exigente, shows largos, todas las noches, durante meses y meses. Y dobletes: fiestas en doblete o triplete por noche, a veces. Fue todo tan rápido que en una semana los músicos que estaban ahí para apoyarme: mi pareja entonces, el contrabajista Gabriel Casacuberta, y mi cuñado Diego D’Angelo (padre de mis sobrinitas) creyeron en mí, y me manejé a pura intuición. Necesité repertorio, y apelé a lo que había estado escuchando en los últimos tiempos: el jazz clásico de los 50. Es que parte de ese año lo había dedicado a participar (por supervivencia, estudiaba y apostaba a ganar el premio, no se me ocurrió otra forma de salir adelante), del certamen de televisión Martini Pregunta, por la filmografía y biografía de Marilyn Monroe.
Una vez que escuché las versiones de Marilyn de standards de Cole Porter y éxitos de la época de oro del swing, fui a conocer los originales de Ella y Billie, grabados con las grandes big bands.
Así me enamoré del jazz. La bossa y el soul son armónicamente fraternos, así que una vez que escuché a Ella Fitzgerald y Frank Sinatra, conocí sus versiones de Jobim... Y ese se volvió mi repertorio de cabecera.
También coincidió que como periodista, empecé a ir a festivales de jazz como Lapataia y el JazzTour en esa época, y me deslumbré con el género, aunque la voz no es un instrumento muy presente entre los artistas que traen.
Además de cantar a los clásicos, ¿en qué momento se te ocurre llevar hacia ese terreno a artistas nacionales que asociamos, a priori, a otros géneros?
A mi retorno a Uruguay de un fugaz exilio a las Canarias en 2008, me encontraba sin trabajo, sin hogar, y sin mapa espiritual, después de una brutal patada que me dio Europa como aspirante a inmigrante, ya sumida en la crisis. Las raíces que me hicieron sentir que pertenecía a alguna parte durante esos meses que pasé cantando en el circuito turístico hotelero en una isla perdida llamada Tenerife, más cerca de África que de la Península, fueron el cancionero uruguayo. Algo que desconocía plenamente hasta ese momento. Mi ignorancia absoluta del género se prolongó hasta después de empezar a cantar jazz profesionalmente. Tocando con músicos brillantes, enamorados de la canción popular, en los ensayos ellos se divagaban y se ponían a tocar una de Mateo y El Kinto, ponele. A eso se unió que me llevé a España en un pendrive el Sansueña de Darnauchans, además del Mateo Clásico compilado por Jaime Roos, el Inéditas de Mateo con Diane Denoir, y temas sueltos de Fattoruso… empecé a incluir esas canciones entre boleros, bossas y standards de jazz y películas de cabaret. Y los rusos y coreanos (Tenerife es muy internacional) lloraban de emoción con Hoy te vi en los cinco estrellas, tomándose una cerveza.
Entonces pensaba ¿cómo era posible que esas maravillas sesenteras, historias que hablan de mi propia historia, y de mi tierra, no formaran parte de mi repertorio? ¡De mi vida!
Al volver, presenté un año entero (a lleno en el Museo del Vino) dos ciclos: Las Canciones de Mateo y Jazz Oriental, que luego se convirtió en mi primer disco.
¿Y por qué esos artistas y esas canciones en concreto?
Porque gente como Mateo, Cabrera y el Darno son lo mejor que ha dado Uruguay en su historia musical, siguen enseñando en este siglo XXI en composición, armonía, poesía, sonido… a la ola de rock y pop post dictadura la respeto mucho, suena muy prolija, llena estadios, da trabajo a técnicos y fleteros, hace giras o agita el under, la remezclan, va y viene… pero estos tigres grabaron canciones absolutamente maravillosas y perfectas con un alambre, a lo Mc Gyver, pegando y emparchando con cintas en sistemas magnéticos, analógicos, artesanales. Con un talento y una dignidad apoteósicos hasta ahora no superados.
Al elegirlos, asumiste un gran riesgo y mucha responsabilidad. ¿Te pesó a la hora de producir, interpretar y grabar?
Sí: responsabilidad, y un poco de cui cui. Por ser mi primer disco y porque me metí con monstruos sagrados de acá. Yo venía del jazz clásico y en inglés, nunca había pisado un homenaje al Darno de esos que se hacen todos los años, no había cantado una de Zitarrosa ni en un fogón, siempre bromeaba con que tenía “alergia al candombe” pero por el lado de los códigos, no de la música. Porque amo bailarlo, pero no escucharlo, ni me llegan las letras (salvo excepciones como Roberto Darvin, Lágrima Ríos). Pero tenía una cosa como antiuruguaya ya auto paródica, Porque en las jams, así como los ensayos, mis músicos empezaban con Ellington y al toque se ponían a tocar clave de candombe como chiste, para provocarme, y yo gritaba “¡noooo!”.
Me sentía ajena al ámbito musical que celebra a estos compositores, que los toca, pero una experiencia me sacudió, y los empecé a sentir muy dentro de mí. Tanto que mi primer disco tuvo que ser noventa y nuevo porciento uruguayo y en español. (Digo noventa y nueve porque incluyo Je suis sans toi, un tema de Mateo con letra en francés).
Y quién lo hubiera dicho... terminé incluyendo un candombe lento, como el tema María, todo arpegiado, letánico, de esa etapa medio hindú que tuvo Mateo. El lema es: “nunca digas nunca”. Hablando en serio, trabajamos mucho con la Banda Oriental en la re armonización, casi acorde por acorde de cada tema. También puse este repertorio a foguearse con un público, lo exploré, lo presenté un año en vivo antes de grabarlo en pocas horas, casi en vivo en estudio Berequetum, con el apoyito magro en lo económico pero inmenso en espaldarazo que tuve del Fonam.
Una vez presentado, ¿has tenido oportunidad de hablar con Fernando Cabrera o Estela Magnone? ¿Qué les pareció?
Antes de grabar me contacté con cada compositor para pedirle permiso, y tuve hasta el momento hermosas devoluciones. A Cabrera, sabiendo -porque lo dijo al aire-, que se le acumulaban en el escritorio quinientas versiones suyas que le habían acercado en demo o CD, esperando para escuchar, le pregunté en el lanzamiento del Bicentenario, bajando la escalinata del Sodre, si había tenido oportunidad de escuchar Jazz Oriental y nuestra versión de El posible López. Me dijo (para tembleque de piernas): “sí, la escuché, preciosa versión, muchas gracias”.
A Estela Magnone, de mis compositoras femeninas favoritas, la tuve sin saberlo en la platea de la Zitarrosa cuando presenté el disco, luego de haberle llevado un ejemplar a su oficina. Supongo le habrá gustado. El contacto por chat es fluido, tanto que tuvo la gentileza enorme de pasarnos los cifrados de su canción, Oración de Espirales (con texto de Mateo), antes que la tocáramos en vivo la primera vez en Museo del Vino. Después me preguntó cómo había pasado en la Zitarrosa y me dijo que el “day after” (así le llamó) era “raro”. Me ha dado consejos divinos. Pero ¿qué le pareció mi versión?… es una pianista y compositora tan grossa, que me da vergüenza preguntarle…
Además se cuela “La muy fiel”, una composición de tu autoría. ¿Es una veta a desarrollar o simplemente una excepción?
Es un swing optimista, mi debut como cantautora, es el resultado de haberme “re enamorado” (dijera Alberto Breccia) de Montevideo al volver. Entró en el disco colada mismo, porque a mis músicos les gustó, sentimos estaba a la altura, y con su título completo: “La Muy Fiel y Reconquistadora San Felipe y Santiago de Montevideo” refleja el espíritu de Jazz Oriental, de la mano del arte del disco, y lo conceptual: querer pertenecer, sentir mi raíz oriental, saludar y hacer sonar mis coordenadas geográficas y vitales, encontrarles una voz.
Es una veta hace tiempo esperando salir la de compositora. Ya estoy presentando en vivo mis canciones, de a poco, y me veo venir pronto un disco en el que se volcarán.
¿Creés que está bien que en el jazz cada cual haga lo suyo, que los roles estén definidos?
Sí, el jazz en esencia es improvisación y da gran libertad que haya pautas básicas en la instrumentación, en los planteos de secuencias, solos, en las estructuras, algunas clásicas como diálogos, reprises y el llamado 4x4 sea en cualquier formato: show, disco, jam o canción. O que haya pautas en la preponderancia que tanga un instrumento. Por eso en el jazz hay el “Fulano Quintet” o el “Mengano Quartet”, o se presenta un instrumentista con una big banda… eso pasa porque determinado trompetista o pianista o cantante (cualquier instrumentista “que tenga con qué” puede hacerlo) decide llevar a un formato expresivo su vocación compositiva, interpretativa o arreglística de inclinación “solista”, con cierto protagonismo. Y está perfecto. Cuando está claro el rol, hay jazz. Más jazz, incluso.
Considero que siempre debe estar integrado en pro de la belleza, claro, nunca del ego, o la ansiedad, en los encuentros espontáneos o jams se desintegran en el acto exhibicionista acrobático o ansioso porque llegue “su” momento, que no dialoga, y pierde la música. Eso se nota, y cuando no hay ensemble y comunicación, no hay jazz, ni nada. No hay música. Cuando todo fluye, en cambio, es maravilloso. Un vuelo libre, sin escalas, lleno de intuición y sorpresas… dentro de la melodía, la métrica, la armonía… eso es el jazz.
¿Así ocurre en tu Banda Oriental?
Sí, afortunadamente mi banda es el resultado de unir a músicos que adquirieron en la EUM un lenguaje técnico ecléctico que abarca lo clásico, el jazz o la bossa, muy estudiosos además… con amor y respeto casi religioso por la música popular nacional y el folclore regional (digo “Zitarrosa” y hay uno que se pone de pie… otro va a ver a Cabrera y llora). Además, son músicos con suficiente buen gusto, coraje y sensibilidad para explorar nuevas formas de decir lo mil veces dicho, de forma diferente, con lenguaje propio. Universales y uruguayos. Abiertos. Encima, buena gente. Los adoro.
Jazz Oriental es una producción casi independiente, contó únicamente con la ayuda del FONAM ¿verdad?
Sí, con la invalorable confianza de Ángel Atienza (le van a crecer alas en serio a ese hombre), cabeza del sello Perro Andaluz, que tiene veinticinco años de trayectoria y excelencia, pero no tiene fines de lucro. Ni marketing. Es, tras el sello, apenas un bancario con buen gusto divulgador al que le gusta el jazz.
Fui productora, cantante, fletera, sponsor, diseñadora de arte y gestora de este disco, y hoy soy una disquería ambulante: estoy orgullosa de distribuirlo prácticamente sola, llevar siempre ejemplares en mi cartera, haber vendido veinticinco (¡al propio elenco de Chicago! y en Chinatown… y al taxista de Nepal que me llevó al aeropuerto..!) en veintitrés días en Nueva York. Algo que me amortizó el viaje y permitió pagarme la entrada a Birdland y Bluenote, y en cada cocktail o fiesta que canto, tengo stock, porque en ocasiones, es increíble: me lo sacan de las manos.
Ahí tenés lo malo y lo encantador de la autogestión en un circuito diminuto latinoamericano.
¿Qué pasa con el jazz en Uruguay? ¿No hay apoyos ni difusión?
Es curioso. Por un lado, el género y el jazz fusión con otros estilos ha crecido de la mano de festivales maravillosos como el de Punta del Este, (ex) Lapataia o el JazzTour, y el de Mercedes, figuras excelentes que traen del extranjero, ediciones discográficas de artistas de acá buenísimas…desde Andrés Bedó o Nico Mora, a casi todo el catálogo de Perro Andaluz. Por el otro, la visibilidad del jazz en Uruguay es casi nula. Jazz acá hay hace medio siglo, acá hubo fonoplateas en El espectador con Duke Ellington y hace años, aunque cambie de sede (yo empecé a ir de chica a la Alianza Francesa y ahora hace diez años están en Durazno y Jackson) todos los viernes en el Hot Club de Montevideo, llueve o truene, hay jazz.
No sólo cuando viene un grande extranjero. Y ¿cuántos saben eso? Pocos periodistas de cultura o espectáculos saben que jazz hay todos los días en ese sótano histórico que se renueva con nuevas generaciones, o no les importa. No sólo hay jazz en el Auditorio del Sodre o el JazzTour (¡que benditos sean! una cosa no merma ni desmerece la otra).
En parte esa invisibilidad se debe a ignorancia. La información no circula, o se disuelve, o se choca o se silencia.
En parte por el bombardeo que en la cultura de masas, y con las nuevas tecnologías, y con la preponderancia de una masa indexada de productos de entretenimiento a consumir colocada con sistemas de distribución y marketing agresivos…
Supongo que en parte también porque hay prejuicios generalizados de que el jazz es una “música difícil o aburrida”, cosa incierta, porque en Occidente hemos crecido con dibujitos animados que tienen bandas sonoras de jazz, jingles que tienen armonías de jazz, o porque se considera que el jazz no vende en el sentido de “gancho” con el público, o se cree que no vende como la música “de moda” del momento, sea electro, cumbia, pop chabón o reggaetón.
Pero es circular la cosa. En la medida en que no se difunda, el público no va a conocer ni enterarse que a cantantes de jazz espléndidas como Julieta Rada, Carmen Pi y a instrumentistas como Fede Nathan (violinista) y Maxi Nathan (mi vibrafonista y uno de los músicos jóvenes más virtuosos de Uruguay y del mundo diría, ganador del International Budapest Jazz Fest el año pasado, cosa que pocos periodistas uruguayos consignaron...) se los puede escuchar acá, en Montevideo.
Hay excepciones, como el excelente La Púa especial Jazz que hizo Carlos Dopico en canal 12 hace un tiempo (para el cual fue un honor ser entrevistada, junto a Hugo Fattoruso, Francisco Jobino y referentes del jazz acá) y el concierto de Fede Nathan en la Zavala Muniz, que transmitió Tevé Ciudad… pero son eso: excepciones.
Si los medios no ayudan a que se comunique que el jazz se está tocando, o reaccione solo cuando haya premios Grammy, o pase “algo” a nivel extranjero, o de tipo industrial, se alimenta la ignorancia, el lugar común y me refiero a la música de ascensor que encaja un saxo chongo o un violín sintetizado, y nadie se va a enterar de las maravillas honestas y verdaderamente musicales que pasan en cada esquina de Montevideo. Hoy y siempre, como dijo un teórico de la comunicación de masas, “lo que no se comunica, no sucede”,
Sin embargo, la presentación oficial del disco en Sala Zitarrosa tuvo una muy buena respuesta del público. Y también despertó el interés del programa Escenarios, de TNU, que emitirá el recital en el mes de Julio.
La presentación de Jazz Oriental tuvo la inmensa alegría de salir maravillosa, de ser lo que soñé, y por lo que trabajamos tanto, y ser respetada y registrada por un programa tan excelente como Escenarios en un canal público.
Eso no quita –y no me da pudor decirlo, porque pasa todos los días con conciertos de artistas con treinta años de trayectoria, y mucho más grandes, experientes y merecedores de una sala llena que yo-, que se hayan vendido muy pocas entradas aquella noche para lo que se necesita: costear el canon que cobra la sala, Agadu, pagarle al sonidista, todo el esfuerzo.
Meses de ensayos, salas, hay que sumar la nafta y hasta el catering que les llevé a los chiquilines (que son de muy buen comer, jeje, como yo), el vinito para el backstage y hasta lo que me costó imprimir ese afiche gigante para el hall del teatro, que tiene medidas extralarge, sale caro y lo paga el artista (a propósito: opino, por ser sala municipal, y por tener la IMM enormes recursos de imprenta, que no debería ser así).
Y hacer la prensa. Para lo cual pagué por primera vez en mi carrera, en parte porque viajé a Nueva York antes del show, volví dos semanas antes y no podía dedicarme a difundir sola. Quedé satisfecha, pero rescato una reflexión: para los artistas taquilleros será cosa de todos los días pagar a un gestor para que “consiga” notas, pero la realidad para el noventa y nueve por cientos de los artistas uruguayos es una utopía, la prensa la hacemos nosotros mismos y requerimos de la curiosidad, el interés y el respeto de la prensa por atender nuestras creaciones. De los propios periodistas.
Respeto mucho a quienes se dedican a la gestión de medios, aunque se autodenominen “mercenarios”, ayudan en parte a que se profesionalice todo, pero en la medida que son un servicio que no podemos costear la mayor parte de los artistas en este circuito diminuto, no creo deba ser el único y monopólico puente con la prensa.
Tampoco me da pudor decir que esa noche, a la Zitarrosa, después de cantar catorce años sin parar, y siendo la presentación oficial de mi primer disco, no me fue un solo periodista, a excepción de dos portales que hicieron crónicas respetuosas, hermosas. Siento que lo merecíamos. Pero ser invisibles para diarios de circulación masivos o espacios que no reseñan trabajos le pasa a muchos. No sería original protestar.
Lo importante: nada quita la satisfacción de que hayan salido espléndidas críticas sobre nuestro disco, que nos bastan para sentir vamos en buen camino. Como las que escribieron Guilherme de Alencar Pinto (musicólogo y biógrafo de Mateo), en Brecha o la de Gabriel Peveroni en su blog La Culpa la tuvo Manu Chao.
¿Qué cosas proyectás hacer como artista de aquí en más?
Desarrollar mis canciones, rumbo a un segundo disco: Las Canciones de Animalia, aprender de quienes me rodean e inspiran, músicos y público, en cada show y cada noche, teatro, sótano o fogón, porque creo en cada escenario así sea un ascensor (como el concierto de las Coco Rosie). Tocar la Gibson que me traje en Nueva York con los escasos acordes que sé. Estrenar antes de fin de año un café concert que guiono hace años: Cabaret Descascaré, un cabaret muy divertido y cachondo donde bailo, canto y actúo.
Cantar, cantar y cantar y conocer cada vez más mi aparato instrumento como dice mi profe de fonoaudiología, y construir mi voz, como dice mi profe de canto, que es una delicia y un desafío: encontrarse y reencontrarse con el maravilloso aparato fonador que somos los humanos.
+ Escuchá Je suis sans toi
Carlos Bassi