Juan Bervejillo, El rock es una cosa de tocar mal
30/7/2006
Al rock lo inventaron los americanos o los ingleses, ¿tenemos que pagarles eternamente el derecho de invención llamándolo de esa manera? Claro que no, pero no vamos a cambiarle el nombre ahorita.
Pasa algo bien sencillo, en las sociedades más ricas del mundo florecen los inventos sencillamente porque hay muchos que tienen tiempo libre y dinero para hacer realidad sus sueños locos. Piensen quién inventó el primer avión, quién fue el primero que llegó a América, quién inventó la electricidad, el teléfono, el auto, la tarjeta de crédito. Pues sí, todos europeos o yanquis. Pero el rock es en realidad un intento de los blancos de imitar lo que hacían los negros, que era tocar con puro sentimiento; no es que el blanco indoeuropeo tocara música sin él, pero está visto que a mayor civilización más contractura y más dificultad y protocolo para acceder a sentimientos básicos.
Al pobre no le pasa eso, al contrario, él es básicamente un individuo de sentimientos elementales y de reacciones directas, imagínense ese proceder aplicado a la música: no a las escuelas, todo por imitación, autodidactas, intuitivos, académicamente analfabetos, por lo tanto capaces de crear cosas realmente originales en el sentido de su capacidad para originar cosas.
El rock es tocar mal pero con gusto, algo que no se puede enseñar ni organizar, es necesaria la participación del individuo entero, no sólo de su intelecto o de su aparato motriz. El rock no es de ellos, ellos tuvieron la suerte de descubrirlo primero. Las sociedades más avanzadas suelen ser a veces, para su pesar, las más permisivas, las más fermentales, o sea, las que dan lugar a los hechos que marcan mojones para el progreso del hombre, o su evolución; aunque a ellas mismas les signifique una metamorfosis, sobreviven después de las crisis renovadas y distintas.
Alguien duda de si ¿el mundo cambió o no con la televisión? ¿O con las computadoras? ¿O con los jipies? Pues cambió y para siempre. Una vez que algo de tanto interés cultural es descubierto ya no hay marcha atrás y la sociedad toda cambia hacia otro estado, pariente del anterior pero otro, distinto.
Otra cosa, los grandes inventos del hombre no son inventos sino descubrimientos; no es difícil darse cuenta de que las ondas que transmiten un mensaje desde tu celular a otro ya existían hace dos mil años, sólo que nadie las usaba para nada. El motor es un invento, la lamparita, el teléfono, pero en sí se basan en fenómenos de la naturaleza bastante simples y comprobables. El rock es un invento, el sentimiento que le dio sentido cultural existe en cualquier tribu primitiva que valora el ritmo y el volumen. No fueron los punks que inventaron que el rock puede tocarlo cualquiera, eso ya se sabía, ellos le dieron forma comercial a la idea y así fue como se vendió.
En fin, nada de esto significa que cualquiera es capaz de hacer buena música, más bien demuestra que pocos son los que pueden conectar su intelecto con su instinto y hacerlos marchar a la vez para crear cosas que son sencillamente encantadoras porque son auténticas; y el hombre, por más civilizado que esté, sigue siendo un ser frágil y en cierto modo mágico, vulnerable a lo mágico, a lo que no tiene mucha explicación.
Ni lo uno ni lo otro, el rock llega cuando quiere y cuando las condiciones se dan, es una burla a los estatutos rígidos del sistema y a sus postulados más queridos, el hombre es un ser económico que produce y bla bla bla y no todo se puede comprar. El imperialismo no necesita de las armas, el imperialismo es el capitalismo y básicamente esto es la forma como nos relacionamos, como mercaderías. No nos damos cuenta porque estamos acostumbrados, pero cuando una gran potencia impone al mundo sus gustos y su particular forma de concebir al ser humano, consumidor de tal o cual cosa, ya no necesita ganar ninguna guerra, la guerra ya está ganada.
El rock bien tocado, recontraproducido, impuesto en base a presión mediática, protagonista de grandes festivales, complaciente, fiel a postulados estéticos de moda en el primer mundo es, por lo menos, para desconfiar. La música igual se las arregla para pasar por encima de la política y “encantar” a los seres humanos; como decía antes, hay algo que el sistema no puede llegar a controlar nunca y es el lado, negado, mágico del hombre, sensible al ritmo, a la melodía, a la armonía, al timbre.
El rock se cuela entre las piernas abiertas de grandes roqueros en pose, jopea a productores profesionales, está donde tiene que estar, afuera del hombre y de la industria, para abrazarse con él y recordarle que nació libre.
Juan Bervejillo