Juan Bervejillo, Odio a los mártires del rock
6/10/2007
Pol mc Cartney sabía que no estaba mal enriquecerse con la música, lo sabía o lo creía o no le importaba, da lo mismo. Era algo que traía incorporado genéticamente, tal vez. John lennon no pudo soportar ser un famoso y millonario, se hundió en el alcohol, se perdió buscándose, con todo el derecho, eligió una mujer que a nadie más que a él le gustó y decidió consagrarle su vida, devolvió la estampita que lo distinguía como miembro de la realeza, tenía sensibilidad social, no soportaba ser rico mientras en el mundo hubiera injusticia, mentira e hipocresía.
Pol, a pesar de ser de origen obrero, siempre se sintió a gusto codeándose con la aristocracia y nunca lo disimuló, compuso canciones para un público soso y desabrido, le cantó a la resignación, perdón, a la sumisión; el destino es como es, parecía decir su canción Let it be y no somos quienes para cuestionarlo, claro, él ya era millonario y además también lo dice Drexler que de pobre nunca tuvo un pelo.
Elvis murió de angustia rodeado de lujos que no lo pudieron salvar, se suicidó, él, que había inventado o casi el meneo sexual del rock, la provocación, una música sensual que invitaba al deleite y reivindicaba el placer y una especie de sentimiento de libertad que no había existido antes salvo en las culturas negras, claro, de algún lado sale esto.
Kurt murió en la angustia, ahorcado o pasado de heroína lo mismo da, no pudo soportar la presión de ser una estrella del espectáculo, de estar continuamente vigilado, estudiado, adulado, la plata compra muchas cosas pero no la tranquilidad de espíritu, las drogas esconden los síntomas pero el bicho sigue ahí y pide más.
Jimi hendrix se mató, atragantado en su propio vómito, asqueado de heroína o cosas similares. Todavía la industria del pop no era lo que es, pero él creyó en eso y ésa fue su perdición: se creyó importante, útil o mejor dicho imprescindible. Se creyó dios porque había miles de imbéciles que necesitaban un dios y preferían a un hipie grasiento antes que al que nos venden las religiones, él, Jimi, ingenuo, inocente, crédulo, tal vez algo corto de entendimiento, se dejó llevar, cuando quiso detenerse ya era tarde. El dios de verdá, si es que existe alguien que administre este universo, lo borró de un plumazo, la soberbia se castiga con la indiferencia y el olvido.
Janis también murió ahogada en un vómito de confusión, el mundo esperaba mucho de ella, demasiado, la presión de la admiración ajena y multitudinaria, de la adoración lisa y llana la confundieron, pasó a ser un juguete de las masas, brutas y descontroladas y de la incipiente industria de los ídolos que empezaba a crecer vertiginosamente con la universalización de la tv.
Morrison murió de asco a un mundo soberbio, perverso y vacío de valores: el mundo de las estrellas del espectáculo y su perrito faldero, la opulencia de las clases ricas y estúpidas, la frivolidad, la apariencia, la falta de sentimientos verdaderos, además de un dolor que arrastraba desde su niñez y que ninguna cuenta bancaria podía curar.
Brian Jones se ahogó en su propia piscina pero antes le vomitó encima y se disparó con otra dosis de heroína pura, la que consumirían los ricos. Es toda una ironía ensuciar algo tan simbólico de la riqueza como una piscina con un vómito y un cadáver, qué ironía que los héroes del rock mueran todos derrotados por la heroína. Pocos de estos mártires tenían claro que habían entrado en una picadora de carne, todavía creían en la buena voluntad del ser humano y en la inocencia de los medios de comunicación, estaban vendiendo el alma, pero no lo sabían, todavía estaban viviendo el sueño hipie, donde la frialdad de las leyes del mercado, que arrasan con toda consideración hacia el ser humano, no existían.
Axl rose está muerto en vida, gordo y decadente, incapaz de terminar un disco que ya lleva diez años de preparación, perdido, millonario, entró en un callejón sin salida pensó que era bueno y no lo era (al menos para mí siempre fue un payaso). Llegó al final, se dio contra un muro, quiso treparlo pero ya estaba demasiado obeso e hinchado de abundancia perniciosa y de orgullo.
Roger Waters dijo una vez que ya no quería tocar en estadios, la multitud tenía, tiene, personalidad propia, es un monstruo que arrasa y devora y posee al objeto de su culto, el artista, esto último lo digo yo pero es lo mismo. Después se fue de Pink, enfrentó a su Pol mac Cartney, el suave y melodioso Gilmour, renunció a lo que lo hizo millonario, pero antes escribió The Wall, uno de los mejores álbumes de rock de la historia.
Charly no puede soportar su propia decadencia y el peso de su fama, se emborracha, hace cosas de adolescente, escribe una música de mierda y la canta como el culo, se tira de un noveno piso, putea a todo el que lo contradice o cuestiona, ¿es que nadie lo ve?, son señales, señales de que el tipo lleva quince años harto de las estupideces del mundo, del protocolo y la ceremonia hipócrita del respeto, la adulación, la alcahuetería, del culto baboso del dinero y sus símbolos, de las poses del rocanroll, fábrica de muñequitos en serie, él está muerto, pero todavía quiere hacer algo por los demás.
El rocanroll puede ser complaciente o combativo, puede sugerirte que aceptes las cosas talk cual son o puede abrir tu entendimiento y permitirte una visión nueva de lo que te rodea, ni lo uno ni lo otro se presentan en estado de absoluta pureza, una música puede decir más que una letra y una letra que diga mucho puede ser un somnífero. Los caminos que despiertan tu conciencia son caprichosos y a veces impredecibles pero es necesaria la voluntad del sujeto, no esperes del mundo nada que no sean recetas para convertirte en un autómata, en un colaborador sumiso y pasivo del sistema.
Me dejé llevar, solo quería recordar las palabras de John Lennon en su última entrevista a Playboy cuando le preguntaban por qué no se reunían los Bitles, él decía masomenos esto: ”Los Bitles fueron un símbolo de una época, hicieron lo que tenían que hacer y le mostraron al mundo un camino o un mensaje, luego se extinguieron por causas naturales y no tenía sentido seguir mintiendo porque ya no nos llevábamos bien y no teníamos más para ofrecer. Ahora si vos no entendiste el mensaje jodete, ¿cuántas veces debería crucificarse Jesús para que lo pudieran ver los que se lo perdieron?”.
Con eso y con la imagen de Lennon cambiando los pañales de su hijo, cocinando y ocupándose de la casa, con la sencillez que es inherente al ser humano, saliendo sin guardaespaldas hasta que la estupidez humana le dispara ¡pum!, qué lástima, parecía haber encontrado el camino!
Quizás en el futuro las estrellas arrepentidas de serlo y de hacerle tanto mal a la humanidad fomentando la industria de la idolatría y disparando insignificancia sobre las masas puedan cirujearse y salir a vivir su nueva vida tranquilos, habiendo matado para siempre la imagen que los proyectó a ese mundo histérico que se los quiere devorar y no los deja pasear tranquilos por el shopin. Y la idea principal de este artículo: hay quienes parecen adaptarse a una vida de aristócratas, lo quieren, lo aceptan, les resulta natural y parece no afectarles el clima de opresión, competencia, hipocresía que caracteriza estos mundos, la apariencia, la insinceridad, las alianzas por conveniencia, el corsé del protocolo imprescindible para conseguir subir o mantenerse.
Y hay quienes no lo soportan, y buscan formas de zafar, la ironía es que los que mueren en el intento se convierten en mártires y siguen siendo materia prima de idolatría ciega.
“Odio a los mártires del rock” decían los Def con dos, yo no los odio; me dan igual, odio los mitos que son mentiras disfrazadas de leyenda, odio las multitudes obedientes y fanáticas y odio la publicidad que no es otra cosa que un mito.
Juan Bervejillo