SieteNotas

Andrés Cánepa, el regreso de la oveja blanca

5/5/2008

¿Qué te llevó a moverte fuera del país? ¿La situación económica o la búsqueda de nuevos horizontes?

Abrir un poco la cabeza, ver cosas nuevas, y tener una experiencia musical en el exterior. En 1989 salí rumbo a España con la idea de presentar el primer disco de Séptimo Velo y con una carta de recomendación del sello Orfeo, pero nunca llegué porque a último momento me invitaron a tocar en Montreal por dos meses que terminaron convirtiéndose en cinco años y medio. Allí hice covers y temas propios con una banda llamada Mental Wealth, donde solamente tocaba la primera guitarra, a diferencia de acá que estaba acostumbrado a hacer todo. Luego volví a Uruguay y en el 95 grabé “El norte no existe” con Séptimo Velo, agrupación con la que mantuve actividad hasta el 97. En ese punto corté con la música. Me puse a estudiar y a trabajar con el turismo hasta que en el 2000 volví a Canadá en tren de visita y me terminé embarcando de nuevo con otra banda y me quedé allá.

¿Vivís allá con la perspectiva de quedarte definitivamente?

No, no, nada que ver. He estado tirando líneas a España, Francia y México. La idea es abrir otras puertas y poder hacer algo fuera de Canadá.

¿Cómo definirías tu primer disco?

Es un trabajo difícil de masticar porque tiene varias puntas y no debe haber muchas personas que les guste el disco entero. Por ahí sale rock, por ahí sale pop, por ahí salen baladas, algo de jazz...

...y merengue...

...no, no es merengue, se trata de otro ritmo caribeño que proviene de Haití.

¿Y por qué esa onda de ir hacia diferentes direcciones?

Porque es una manera de transgredir y porque viviendo en una ciudad supercosmopolita como Montreal, supongo me debe haber influido la variedad de culturas que allí conviven. Mis vecinos son todos hindúes, pakistaníes, inmigrantes de todo tipo, y todos los días de mi vida estoy escuchando músicas diferentes que no tienen nada que ver con la música uruguaya o con el rock.

Además de la variedad de géneros, percibo una variedad en el encare. En algunas canciones impera el humor y en otras una postura más seria. ¿Eso te sale natural?

Sí, porque yo soy así y no puedo negar una parte de mí y hacer canciones solamente humorísticas, que es lo que los productores te piden, que hagas una sola cosa y la repitas veinte veces en el mismo disco. Yo soy una diversidad de pareceres, de estados de ánimo, de vetas profundas y súper superficiales, voluntariamente superficiales y simples, y eso de mostrar todas mis facetas me parece más honesto. Si hay facetas banales también hay que mostrarlas y en mi caso, la proporción de banalidad no es de un cinco por ciento sino de un treinta.

Dentro de esa variedad hay una zona de temas con un corte barroco o de reminiscencias clásicas. En casi todas esas piezas, la composición la compartís con Jill Tomm, alguien que también toca el violonchelo en algunos temas de tu disco. ¿En qué grado incide en la creación de esas canciones?

Su parte en esas composiciones tienen que ver con los arreglos de chelo. El compositor serio que hay detrás mío en esos temas es Ramón de Elia, un argentino que también vive en Canadá. Él me conocía porque había escuchado a Séptimo Velo y por mis espectáculos allá; y un día, se acercó y me trajo unos poemas para que les pusiera música. Recuerdo que yo no quería hacerlo porque ya había intentado antes eso de musicalizar textos ajenos y siempre me había resultado difícil pero, como andaba sin trabajo y él ofrecía pagarme por la tarea, acepté. Empecé a leer y me encontré con un poeta, con un poeta de verdad que inclusive ha publicado prosa. Como él quedó a gusto con el resultado, nos propusimos trabajar más seriamente de allí en más.

Me da la impresión de que cuando encarás la vena rock, tenés una tendencia compositiva y de arreglos de ir hacia lo liviano y nunca hacia lo estridente.

Puede ser que me salga más hacia lo pop, pero mi cultura rockera es vasta.

¿Cuál fue el grupo más importante de la generación de los ochenta?

Los Estómagos, sin duda. Fue la punta de lanza de todo el movimiento postdictadura, de todo lo que pasó en los ochenta y en parte de los noventa.

¿Y Los Traidores?

A mí me mataban, pero estaban atrás de Los Estómagos, en un segundo lugar. Una zona a la que, por supuesto, Séptimo Velo nunca pudo acceder.

¿Séptimo Velo era una banda con un perfil separado del resto?

Era el intento. Cuando SV se creó en el 85, estaban ya posicionados Los Traidores y Los Estómagos y no quería sonar como ellos, yo quería hacer sonar diferente; y entonces digo: “¡pahh!, los locos usan cuatro o cinco acordes máximo para cada canción”, y nosotros usábamos doce y escribíamos temas de seis minutos de duración.

Cuando decís que querías sonar diferente, ¿se puede inferir que no te gustaba lo que ellos hacían?

No, yo quería agregar. Posiblemente hacíamos una música más elaborada pero transmitíamos menos que Los Tontos o Los Estómagos. Nosotros tratábamos de poner otro color a lo que se estaba haciendo.

O sea que eran la oveja negra.

No, la oveja negra eran ellos, ellos eran todas ovejas negras y nosotros la oveja blanca.

A pesar de las distancias musicales entre los grupos ochentistas, todos los protagonistas de entonces rememoran la buena onda entre las bandas. ¿Tan buenas eran las relaciones humanas?

No sé... A Los Traidores íbamos a verlos, ellos venían a nuestros toques, llegamos a organizar espectáculos juntos y… en mi consideración, Juan Casanova siempre me pareció un tipo iluminado, pero a la vez me parecía que había como un doble discurso en ellos. Por un lado, decían una cosa en las canciones arriba del escenario y abajo del mismo como que daban la impresión de otra cosa. Entonces yo nunca tuve muy clara la ideología de Los Traidores en esa época.

Vos le pedías coherencia y me parece que entonces -y ahora también- ese valor no está tan presente en el imaginario colectivo. ¿Para vos es una palabra que tiene su peso?

No en el plano estético pero sí en la vida de las personas.

Leonardo Scampini

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