Treinta minutos; no más de diez canciones; con eso alcanzó. Roberto Darvin subió solo con su guitarra al escenario del Peñón "G" y brindó un mini recital irresistible: tocó Milongón del Guruyú, Fronteras, Calle Yacaré y el clásico Jacinto Vera, entre otras. Un repertorio con canciones que uno está acostumbrado a escuchar en discos de otros (vale la pena decirlo; varias composiciones de Darvin han sido versionadas y popularizadas por sus colegas); un repertorio que colmó las expectativas de las cincuenta personas ubicadas tras las mesas del comodísimo Espacio "G". Melodías y letras pegadizas, callejeras, sin caer en lo cursi; candombes guitarreros llenos de swing que son postales de barrio, mirada alegre y melancólica a las cosas de todos los días.
Se mostró como si estuviera en una ronda de amigos, casi sin darse cuenta generó un clima de cercanía ideal para esas canciones que nos suenan tan cotidianas. Entre tema y tema dejó caer alguna anécdota, saludos varios y agradecimientos y palabras de admiración para quienes hicieron versiones de sus obras. Fiel al espíritu del Peñón "G" (donde la idea es que toquen varios músicos por noche) realizó un solo bis y dejó su lugar al colega siguiente, aunque daba para más.
No me quedé a escuchar a los otros músicos que venían después, pese a que la propuesta era atractiva. Preferí quedarme sólo con lo que ya había visto hasta ahí y me fui. Esos treinta minutos valieron la noche.
Juan Castel