SieteNotas

Pepe Guerra, Cuarenta años de canción

29/11/2002

José Luis “Pepe” Guerra fue durante tres décadas integrante de Los Olimareños, grupo que junto a Braulio López creó a principios de los sesenta en su Treinta y Tres natal, y que con el tiempo se transformó en el dúo musical más popular que haya existido en nuestro país. Hace años que sigue su rumbo como solista y el apoyo de la gente se mantiene inalterable; es una figura popular. Su voz inconfundible ha dado vida a varias canciones que son clásicos absolutos, auténtico patrimonio de varias generaciones a lo largo y ancho del Uruguay. Por eso mismo era ineludible una charla con el “Pepe” Guerra en momentos en los que celebra sus cuarenta años con la música. A continuación la primera entrega de una larga y amena entrevista en la que repasa algunos momentos cruciales de su trayectoria


Cuarenta años...

No es moco’e pavo.

¿Hace cuarenta años que estaban arrancando Los Olimareños?

No, no...

¿Cómo era la cosa? Porque algo leí por ahí de que vos andabas tocando las maracas, cantando cosas mexicanas...

Seguro, lo que pasa es que uno está acostumbrado a referirse post Olimareños siempre ¿no?, pero no, uno tiene su historia anterior, como solista. Incluso hay un dúo que hicimos con Waldemar Sasía. El loco jugaba a la carambola en cantidad, agarrábamos el tren y salíamos por lo pueblos. Cuando iba mal la cosa el loco se ponía a jugar a la carambola y claro, hacíamos para la pensión y para el morfe. También venía acá a La Teja y formaba un grupo, Los Nuevos Horizontes, para Carnaval; después me volvía, porque extrañaba mucho Treinta y Tres. Como solista tenía un programa de radio que se llamaba “Hoy canta para ti José Luis” (risas), sí, entonces cantaba boleros, todo música latinoamericana.

Pero ¿agarrabas la guitarra y cantabas en la radio?

No, no. Me acompañaba un amigo, Enrique Villar, había fonoplatea.
También canté en una orquesta con saxo, batería, piano, bajo... Y yo tocaba las maracas, y cantaba. La guitarra también tocaba; era brutal. Que uno se acuerda ahora de las cosas que hacía y dice “no, no puede ser, esto no lo hice, no fui yo”. Porque a veces tenía que salir por la pista, estaba todo el club lleno de gente, con las maracas incitando a la gente a bailar, y la orquesta sonando. Yo de saco clarito, pantalón negro y zapatitos blancos ¿entendés? Bien onda trópico, sí, sí.

Trópico de Treinta y Tres

Y bueno, esos fueron los periplos... acompañando al Calao Peralta, al Paco Larrosa que tocaba el bandoneón; en noches interminables en los quilombos. Que el quilombo de campaña es una cosa muy especial, es muy diferente al prostíbulo de acá ¿no? Porque hay una antesala donde se baila, se toca música; la gente no necesariamente iba a “ocuparse”, como se decía, vos si querías “ocuparte” te ocupabas, pero sino no, compartías ahí con la gente. Era un pre boliche, digamos, después estaban las habitaciones. Y bueno, ahí tocábamos horas y horas, las muchachas bailando con los parroquianos, que se pagaban sus copas, sus cosas... Te quedaban las canaletas azules en los dedos de tocar la guitarra y acompañar. O sea, esa es mi escuela en la guitarra; esa es mi formación musical. Con gente bien de abajo, bien popular. Dábamos serenatas a veces por tortas fritas. Siempre alguien abría la puerta, después de dos canciones ya te abrían la puerta, entrabas y siempre había un vaso de caña ¿entendés?, era una cosa así. Fue una época muy linda. Por supuesto distinto a acá en Montevideo. Yo siempre digo que a nosotros los cantores rurales, como digo yo, del interior, no nos pesó tanto el rock. Si bien lo conocíamos. Imaginate que los Beatles se iniciaron al mismo tiempo, en el ’62, que cuando se iniciaron Los Olimareños.

O sea que eso también les llegaba a ustedes

Por supuesto...

Pero les llegaban otras cosas también

Sí, más Elvis ¿eh?, más Elvis.

¿Elvis?

Si. Elvis era más viejo que los Beatles. Ojo, estoy hablando de radio. Nos reuníamos alrededor de la radio allá. Y bueno, lo que más se escuchaba era música mexicana, música ecuatoriana con Jaramillo, Mejía en México... eran ídolos acá. Antonio Tormo en Argentina ¿no?, folklorista. Una vuelta fue Mejía a Treinta y Tres, me acuerdo como si fuera hoy, era un ídolo. Era una cantidad tan impresionante de gente, fue al Teatro Municipal, y uno soñaba con ser aquel tipo ¿no?... Esas fueron las influencias; y por supuesto Brasil. Que después se fue desdibujando la música brasilera en nosotros tal vez por una cuestión de idioma ¿no? En ese momento no teníamos música... no teníamos una cara musical los uruguayos. Si bien andaba Osiris Rodríguez Castillos, Amalia De la Vega, pero no había una cara musical. Entonces una vez va Ruben Lena a un encuentro de maestros en Venezuela, con su señora, que también era maestra, y en los ratos libres se reunían y cantaban cada uno sus canciones de cada país. Entonces los mexicanos sus canciones, los ecuatorianos, los peruanos, los argentinos, los brasileros, todos tenían un bagaje de canciones cada cual con su personalidad, con su identidad cancionera. Y cuando le tocaba al uruguayo... ¡pobre!, no tenían. Recurrían a “uruguayos campeones de América y del Mundo”, o si no a cualquiera, a “Adiós muchachos”, a alguna cosa argentina. Ahí cuando vuelve Ruben Lena se da cuenta de que hay que hacer un cancionero. Entonces una vuelta nos invita a nosotros y ya andaba Víctor Lima en Treinta y Tres, que fue la gran influencia que tuvo Lena para después seguir escribiendo. Víctor Lima andaba cantando sus canciones, con ritmo de zamba y de chacarera, tipo folklore argentino pero ya nombrando cosas de nosotros. Entonces viene Ruben Lena y empieza a escribir ya con una identidad propia; dice “tenemos que hacer un cancionero entre todos”. Y vaya que se logró ¿no?

Y esa identidad musical ¿de donde se agarra?

Se agarra de la música de campaña. De las milongas, de los estilos, viene de esa influencia. Incluso inventamos un ritmo que se llama serranera, que hasta ahora se toca, que tiene una influencia venezolana de la gran siete. Ojo, a todo esto, espontáneamente, sin que nadie dijera nada, en el litoral, andaba Aníbal Sampayo haciendo lo mismo. Nosotros no sabíamos porque no nos conectábamos entre nosotros.

En Montevideo también había gente haciendo cosas...

En Montevideo Daniel Viglietti empezó. En el norte creo que andaba Alán Gómez. La gente de Tacuarembó con su aporte musical, los Benavides con sus cosas. Después allá por Colonia andaba El Sabalero, cantando Chiquillada. Después, posteriormente, Zitarrosa, nada menos. Y se empezó a grabar por primera vez la murga, por ejemplo, ritmos de murga empezamos a grabar.

Era raro ¿no?

Era raro porque las murgas no habían grabado... Y bueno, una vuelta grabamos. El Sabalero tenía “A mi gente”: “sentados al cordón de la vereda...” con ritmo de murga. Nosotros hicimos por ahí también todo un disco que se llamaba “Todos detrás de Momo”, que era todo Carnaval, era un corso pero del interior. Donde desfilaban personajes que la gente identificaba muy bien. Después por primera vez empezamos a hacer un candombe blanco, digamos, en la guitarra. Que era un atrevimiento, porque era inventar un ritmo. El primer candombe que hicimos fue el “Candombe nacional”...

¿De que año era?

Sesenta y pico... yo que sé.

Vos decís como candombe de guitarra

Con guitarras. Era un ritmo muy... hasta ahora lo hacen. Cantidad de gente lo hace ese ritmo, el ritmo que hacían Los Olimareños.

¿Pero ustedes lo inventaron?¿Ustedes no habían visto a nadie...?

No. Haciendo candombe con guitarra, no. Un blanco...

Ese toque de mano derecha, digamos

Ahí está, pero no. Lo inventé yo. Porque en ese tiempo todavía Braulio (López) no tocaba la guitarra, tocaba el bombo; la influencia del imperio cultural ¿verdad? (se ríe). Y bueno, después conocimos a Ruben Lena y a Víctor Lima. Fueron dos pilares, ahí entró la canción a adquirir estéticamente un vuelo mucho mayor. Canciones que hasta ahora duran, se hicieron clásicas. Yo por ejemplo le puse música al “Orejano” en el año ’67.

El “Orejano” lo cantás todas las veces que te subís a un escenario

Desde que lo empezamos a hacer. Con Los Olimareños y ahora que yo lo retomé como solista no se puede parar de hacer, no se puede parar. Son canciones de un peso tan grande, en el texto sobre todo, que te hacen durar. La canción, decía Lena, la verdadera canción, es la que resiste el tiempo. No solamente el tiempo, sino que resiste los avatares de, por ejemplo, producciones de mucho dinero que mandan desde Buenos Aires. Canciones que duran un año, dos años, y ya está. Logran su objetivo que es la guita, pero después nadie más las canta, se olvidaron. En cambio ese otro tipo de canciones permanecen por el peso de la calidad.

Son clásicos

Son clásicos.

¿Vos sos un clásico?

No sé, yo te digo que hasta ahora no sé, es un misterio la permanencia. Sin altibajos. O sea, porque un músico, yo que sé, por ejemplo Jaime (Roos), ¿cuánto estuvo para volverse notorio?, ¿cuánto laburó? El Negro Rada; las que pasó el Negro en su carrera, el lo cuenta ¿entendés? Y vos sabés que es una cosa curiosa pero a mí no me pasó nunca de pasar hambre. Siempre viví de esto. Pero claro, las canciones tenían un peso brutal, enseguida la gente las atendió y las sigue atendiendo. Porque yo creo que es mucho más importante la canción en sí, el repertorio, que el intérprete. El intérprete es un comunicador. Muchas veces se nombra solamente al cantor, y detrás del cantor si no hay una base sólida de repertorio no funciona. Esas canciones que vos decís “clásicos”, que Los Olimareños tenían cuántos clásicos ¿eh? Yo todavía termino el recital con “Tá llorando” ¿me entendés? No sé en qué año se hizo eso. O sea que las canciones te mantienen, te van manteniendo, es curioso.

¿Los Olimareños cuando fue la última vez que tocaron?

En el ’92, creo.

¿Diez años ya?

Sí, diez años, sí. Parece increíble pero hace diez años.

Ahí a vos te surgió ese cambio que fue el de arrancar como solista

Sí, con banda.

Yo digo en cuanto a ya no ser parte de un dúo que tenía todo un nombre y que era a esa altura un clásico. ¿Tuvo alguna complicación eso, te fue difícil?

Ese fue el riesgo. El gran riesgo que se corría. El gran desafío era salir a cantar y que te tomaran en cuenta como solista. Con aquello detrás tuyoo, aquella especie de leyenda que tenía que eran Los Olimareños ¿no? Es decir, remontar eso es bravísimo; era bravísimo. Sin embargo lo primero que hice al tomar la decisión de separarnos fue que me encasqueté una gorra (se ríe). Como para decir “yo ahora soy el Pepe pero con gorra (risas), el de Los Olimareños pero con gorra”. Y además con teclado, con bajo eléctrico, con batería...

¿Buscabas un cambio?

Seguro, un cambio. Si bien era una continuación de repertorio, había muchas cosas nuevas. Porque por suerte en Los Olimareños cantábamos mucho por separado en los discos; es decir, yo por ejemplo “Tá llorando” la cantaba solo. “El gavilán” por ejemplo, prácticamente lo canto solo, Braulio hace “pío-pío” y “tao-tao”. Cantidad de cosas que por suerte cantaba solo y que funcionaron, que funcionaron en la gente. Entonces recurrí, de Los Olimareños, a cantar solamente cosas que además eran de mi propiedad. No le pedí nada a nadie. Y después un repertorio con nuevas letras, con nuevas canciones.

Yo sentía como que había gente que les echaba la culpa de haberse separado

Sí, sí, sí.

Porque era muy fuerte lo que pasaba en la gente con ustedes. Creo que todavía hay gente que no lo entiende y que le da bronca que se hayan separado

Recién tuve un reportaje ahí en la radio, y había llamadas por teléfono: “¿cuándo te juntás?, ¿cuándo se juntan de nuevo?”. Y ya pasaron diez años ¿entendés? Pero además pasaron diez años, te hablo por mi parte, de una comodidad impresionante como solista. Comodidad no solamente en materia económica, sino comodidad en materia de permanencia, que uno está en un sitio que te pone la gente que no es ni muy arriba ni muy abajo, que para mi es el sitio ideal donde debe estar un cantor. Sin esos “arriba” que después te caes y te reventás las narices, y sin esos “abajo” que no te dan bola, que simplemente no te atienden. Eso lo pone la gente. Pero ¿de donde manotea la gente para ponerte ahí?, no solamente en vos como intérprete, sino que volvemos a lo mismo: el repertorio. Y hasta ahora estoy en ese sitio ahí, ¡pum!, y tengo cincuenta y nueve años, tengo cuarenta años de andar cantando.

¿Cómo notaste con el repertorio nuevo, digamos post-Olimareños, la respuesta de la gente?

Está por ejemplo “Atadita con alambre”, que se llama “Verde esperanza” pero la gente le puso “Atadita con alambre”, empecé también con “Albada”; canciones que han pegado mucho en la gente. La gente tiene una intuición colectiva para las canciones que es brutal. Y donde al lograr esa especie de diálogo con la gente a través del repertorio, bueno, tal vez lográs esto que es permanecer. Por ejemplo de repente acá (en Montevideo) dicen, o un músico de Montevideo dice: “voy a hacer una gira por el interior” ¿no?, de unos toques, un mes por ejemplo. Yo hace cuarenta años que estoy en el interior todos los fines de semana... ¿eh?

Pero vos me preguntabas sobre mi arranque como solista. Bueno, además de los instrumentos nuevos, de vestir una canción con esos instrumentos, lo llamo al Serrano Abella que tiene un programa de muchos años en La Voz de Melo y es muy querido por la zona, y le digo: “organizame una gira por los pueblos de la ruta 7”, esos ¿no? Yo quería probarme con esa gente. Por Santa Clara, Tupambaé, Cerro Chato, son pueblos chiquitos, de paisanos a caballo, donde vos salís afuera a tomar aire en los clubes y ves sulkis, caballos ensillados, gente de peonada que viene de las estancias a escucharte. Y fijate, Los Olimareños éramos dos con la guitarra; ahora se presentaba el Pepe Guerra con una gorra, pero además con bajo eléctrico, con teclado, con batería... además de la pinta de los locos de la banda. En aquel tiempo me acompañaba Urbano Moraes, y el loco con los pelos larguísimos, eso en campaña no se usaba. El Urbano con un pantalón rojo, el Pollo Manfredi, que tocaba el teclado, con una camiseta de repente con un agujero acá (se señala el costado) ¿me entendés?, porque es la onda de acá, de Montevideo. El más discreto creo que era el Pelao Meneses, que tocaba la batería, que como era pelado no se podía andar haciendo el loco (risas). Cuando nos presentamos, me acuerdo como si fuera hoy, en Santa Clara, en el Club Social, la gente era onda “opaaa... ¿y estos que están haciendo ahí?”

¿Pero a la gente le gustaba?

Y, al principio no. Al principio era “epa, ¿esto qué es?”. Y a medida que iba transcurriendo me empecé a dar cuenta que no solamente les gustaba, aceptaban, sino que se movía la gente en la silla. Claro, con el ritmo, batería, que sé yo. Al final terminamos todos enroscados bárbaro. Pero yo quería probarme ahí. Para mí era medio como el corazón del Uruguay esa gente. No necesariamente la Ciudad Vieja es el corazón del Uruguay; hay otro corazón del Uruguay que es la gente del interior, y es la que mantiene viva este tipo de canciones.

Juan Castel

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