Jorge Bonaldi, Capítulo VI - Reflexiones Surtidas
16/7/2000
INFORME PUBLICADO EN:
* Semanario "Brecha" Montevideo, noviembre 21, 1986 .
Existe la preocupación, en sectores de la izquierda, por ganar para sí a los nuevos músicos de la actual generación rockera. Afiliarlos, entregarles el carné lo más pronto posible, ver, en fin si podemos ganar algún votito más. Los jóvenes rockeros son personas de bien -cosa que a priori nadie duda-, que luchan como mejor pueden y saben contra el autoritarismo y el sistema perro, mediante su expresión artística y sus aguerridas gargantas denunciadoras. Son pues, plenamente integrables a la izquierda, a la que seguramente rendirán la utilidad de atraer gente joven, nueva, contenta y descontenta que emprenderá así un camino que nunca abandonará: el de la victoria del pueblo. Por fin se ha hecho la luz: no hay contradicción entre rock nacional y cantopopu. Aleluya.
Sin embargo, la problemática de las resultancias de la depredación e invasión cultural - sobre la que algo se ha debatido últimamente - parecería recaer, no tanto en los músicos, cuanto en el público.
Al respecto cabría recordar que el músico popular, por la dinámica propia de su vida casi siempre sujeta a los vaivenes del mercado, hoy está en el rock, mañana (tal vez un poco más viejo y con familia a cuestas) tocando todas las noches en Portofino para pucherear , pasado mañana en el Carnaval o en la orquesta de Frade y traspasado, tirando la manga en el Mercado del Puerto. Los músicos que - décadas mediante - se mantienen en una misma propuesta, son los menos.
El problema, entonces, parecería pasar por ese joven habitante de Sayago, Malvín, Cerro, Palermo, Pocitos, Carrasco, La Teja, que sin mediar más situación de causalidad que la de apretar un botón, comienza a incorporar formas de conducta, modales, modismos, conflictos - sí, conflictos - propios de un individuo habitante de la sociedad industrial - o "posindustrial" como se le llama ahora - con la que poco y nada tiene que ver, desde un ángulo vivencial auténticamente latinoamericano.
Se hace necesario determinar a qué o a quién le sirve más que esto ocurra. Por desgracia se discute sobre un tema en el que casi nunca hay pruebas tangibles, y cuando las hay ya es demasiado tarde para volver atrás. Por lo demás, las discusiones parecen todas destinadas a pasar por un mismo punto: la acción de los medios masivos de comunicación.
¿Qué pasaría - soñar no cuesta nada - si en lugar (o además) de las 20 o 25 horas mensuales de televisión dedicadas a "Música Música" y "Video Clips", se destinara igual número de horas a programas conformados con Viglietti, Lazaroff, Maslíah, Trochón, Olivera y similares? (Sabemos - y el sistema también lo sabe - que los medios masivos operan maravillas en el gusto del público). ¿Hasta dónde sería sostenible la tesis de que no hay propuesta para adolescentes en la canción popular no rockera?
En todo caso es conveniente parar la máquina y serenamente formular o reformular ( y contestarse) algunas preguntas básicas: ¿de qué sirve defender la identidad cultural? o ¿qué utilidad podría tener la defensa de una incipiente identidad local? ¿a qué nos acercaría y de qué nos alejaría?
El lector está invitado a contestarse estas preguntas. Un vez configuradas las respuestas, agítense, mézclense y óbrese en consecuencia.
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Jorge Bonaldi