sin perder el tiempo
De antemano uno ya sabía que el recital iba a funcionar, más allá del repertorio, más allá del público; cuando se juntan dos figuras de la talla de Fernando Cabrera y Eduardo Darnauchans sólo nos queda abrir los ojos, las orejas y disfrutar. Y así se dio desde principio a fin. La gente que llenó la Sala Zitarrosa se dejó llevar placenteramente por los temas que en forma alternada cantaron uno y otro.
Ellos dos casi no hablaron con el público, no dijeron con palabras ni “hola” ni “chau”, tampoco hicieron acotaciones sobre las canciones; no hacía falta. Cabrera se concentró en su guitarra, tocó con sutileza y cantó impecable, como siempre. Darnauchans fijaba la vista en el atril con las letras o miraba el vacío, cantó hondo; esa voz un poco gastada sigue conmoviendo, como siempre. El tercero en escena fue Alejandro Ferradás, que acompañó acertadamente con su guitarra, siendo el soporte sobrio de una propuesta acústica que dio protagonismo principal a las voces. Así, mansamente y sin adornos, se fueron yendo canciones nuevas y viejas como Mudanza, De Corrales a Tranqueras, Vientos del sur, El prisionero de la Parada 2, Nadie, Lisa se casó, Entre el micrófono y la penumbra, Por ejemplo, Canción 2 de San Gregorio, Como los desconsolados, Pandemonios, entre otras.
Hubo aplausos largos, sostenidos, sentidos; como un reconocimiento que iba más allá de esa noche en particular. La ovación de pie por parte de toda la Sala los hizo volver dos veces más a tocar bises; cada una de esas veces volvieron al escenario sin decir nada, como pidiendo permiso, tocaron, saludaron de pie junto a Ferradás y se fueron bajo una ola de aplausos y gritos. La hora y pico de recital pasó volando y todos nos fuimos llenos de canciones; Cabrera y Darnauchans lo lograron de nuevo.
Juan Castel