el talento como credencial
"Tengo la cartera corta
Tengo la mirada absorta
En mi interior
Tengo un corazón apenas
Siempre me tragué las penas
Y lo peor
Tengo muy pocos amigos
Que de nada soy testigo
Oigo decir
Mis canciones son cerradas
Mis pasiones son erradas
Qué porvenir
No me sobra simpatía
Ni me falta melancolía
Que canto mal
Voy ajeno por ahí
Sin patrimonio sin heridas
Elemental
Pocas veces doy un mimo
Al deporte no me arrimo
Qué cicatriz
Tengo la cabeza atada
Tengo la mirada añada
Que soy feliz".
La canción se llama "Críticas" y Fernando Cabrera la canta frente a un auditorio que escucha atento y luego aplaude a rabiar. Un público que oye y disfruta, que tararea bajito y se emociona, y que no duda en ponerse de pie para despedirlo.
Con ese bellísimo tema, que de algún modo es su retrato, que tiene mucho de confesión, pero también algo de manifiesto, de declaración de principios; cierra un concierto súper disfrutable que acaba de brindar junto al versátil músico Ricardo Gómez, en un Espacio G colmado.
Concierto que se dividió en dos segmentos en los que se escuchó un repertorio amplio y hábilmente intercalado, que incluyó clásicos como "Por ejemplo", "El tiempo está después", "Creía yo" y "La casa de al lado"; y también composiciones más recientes como "La batalla del siglo", "La puerta de los dos", "Dulzura distante", "Te abracé en la noche", "Viveza" y "Lisa se casó".
Como en todos sus recitales Cabrera volvió a mostrar sus credenciales. Volvió a dar razones para entender por qué es considerado un músico de culto por público y artistas. Volvió a dar argumentos que explican por qué la revista Rolling Stone propone a su último CD como candidato a disco de la década. Volvió a corroborar que hoy se lo puede definir como uno de los compositores más finos, como uno de los intérpretes más exquisitos, como uno de los exponentes más importantes de la música nacional. Fernando Cabrera lo logró, una vez más.
Analía Camargo