El recital finalizó, el último bis ya terminó; Fernando Cabrera saludó y se fue de escena hace casi un minuto. La gente sigue aplaudiendo de pie en el Teatro Alianza. Me incluyo; todos seguimos aplaudiendo de pie pese a que Cabrera probablemente ya no nos pueda escuchar. Ese pequeño momento de complicidad entre los que estamos en la sala (como si no hubiera nada que decir, como si todos hubiéramos sentido lo mismo) me hace valorar aún más lo que acabo de escuchar y ver: un recital redondo.
Fueron una veintena de temas de distintas épocas con nuevos arreglos (Imposibles, Agua, La casa de al lado, Viveza, Vientos del Sur, Por ejemplo, Una hermana muy hermosa, El tiempo está después, entre otros) que por momentos dejaron de boca abierta al público. Porque Cabrera es un compositor talentoso que, aparte de ser buen músico y componer letras atractivas, logra transmitir cosas con su particular modo de cantar. En este caso con la impecable participación de Edú Lombardo (percusión y voz), Ricardo Gómez (vibráfono, marimba y percusión) y Federico Righi (bajo) las canciones volvieron a sonar desde un lugar diferente. La sutil interpretación de los músicos aportó cierta contundencia a los temas (sobre todo rítmica) sin que éstos perdieran ni un mínimo de su esencia; el virtuosismo individual (que lo había, y mucho) estuvo al servicio de las canciones. Por eso las dos percusiones se complementaban, la marimba dejaba su increíble huella en algunas partes (sin llegar a empalagar) y el bajo de Federico Righi por momentos impactaba sin acaparar.
Buenas canciones, buena interpretación, buenos arreglos y músicos aplaudidos a rabiar por un público más que satisfecho; una hora y media que no me puedo sacar de las orejas.
Juan Castel