victorias de un zurcidor
Como pidiendo permiso. Así aplaude el público en los recitales de Eduardo Darnauchans. Como disculpándose por la "osadía" de interrumpir el silencio que sigue al final de cada canción, de quebrar el clima, de romper la magia.
Es que las presentaciones en vivo del Darno más que conciertos, son eso: encuentros. O mejor dicho reencuentros: de él con su público y de su público con su poesía, con su ternura, con su hondura genuina.
Y para esas contiendas, el Espacio G es el escenario ideal: pequeñas dimensiones, penumbras y sobria ambientación, potencian ese clima de cercanía e intimidad.
En ese ámbito y con el Darno en frente uno no tiene opción: debe bajar la guardia y dejarse conmover. Es entonces cuando él, armado de su música comienza a disparar.
Sus dardos son poesías bellísimas, refinadas melodías e inspiradas emociones, y sus blancos somos los espectadores.
Su destreza es su manejo sobre las tablas: su capacidad para interactuar con el público haciéndole guiñadas y robándole sonrisas.
Su estrategia es su voz asmática y aterciopelada, y su táctica es su indiscutible talento como creador y como intérprete.
Y el resultado es siempre el mismo: Eduardo Darnauchans triunfa, pero lo que lo convierte en un legítimo vencedor, es su humildad, es su auténtica sencillez que mantiene a pesar de todo lo que es y de todo lo que representa.
En esa batalla, nosotros siempre resultamos perdedores, pero como nunca, disfrutamos la derrota.
Analía Camargo