SieteNotas

Buenos Muchachos

28/12/2006

ROCK SIN MULETAS

Corría 1999 y la música que se leía en aquel disco de los Buenos Muchachos, no mostraba parecido con ningún sonido “tipo” de la época, ni reproducía estilos anacrónicos –como tanto se acostumbra en estos parajes-, ni tenía que ver con la fusión en ninguna de sus vertientes.

Sin embargo y aunque pueda parecer un contrasentido, en la propuesta se articulaban ciertas influencias clásicas y actuales provenientes del mundo del rock, generando una fusión de otro orden (porque se llevaba a cabo dentro de una misma geografía musical) que irradiaba inventiva y una gran carga de modernidad.

Paradojas de la creación.

IMPREGNACIÓN

Más de una discusión entre aficionados giró en torno a este eje: ¿cómo tenía que ser el rock nacional para realmente ser nacional? Porque desde los Shakers, el pasamanos al que se aferraron los músicos para hacer este tipo de música en el Uruguay, fue bajar la novedad del hemisferio norte o fusionarla con algún toque nativista o colgarse de algún género estancado (como el blues, el punk a lo Ramones, el ska o el reggae) siempre más fácil de ejecutar y de ser recepcionado por el público.

Y si de esas polémicas no surgían respuestas claras a la interrogante, dos caminos intransitados se abrían paso como posibles salidas: 1) rehacer el rock a partir de la experiencia local y 2) rehacerlo tomando como base la más amplia y rica experiencia internacional (que no es otra cosa que lo que hace el rock anglosajón para renovar día a día la propuesta).

Acaso sin buscarlo –que es como casi siempre suceden los milagros- el álbum Aire rico (Ayuí, 1999) de los Buenos Muchachos exhibió una manera de situarse en la segunda vía, armando un gran tuco –o una olla podrida- con las influencias del género rock en sus varias décadas de existencia y sus diversos frentes internos. Influencias verificables en alguna medida pero portadoras de un velo que borronea sus contornos; fragmentos de estilos reconocibles pero interpretados de otro modo, o conjugados con otros fragmentos de otros perfiles, o puestos sobre una estructura cancionística desacostumbrada. Pedazos de cosas de hace treinta años y de ahora, de viejas y nuevas vanguardias, de raíces folk, de raíces blues, de rocanrol clásico, de sonidos urbanos.

Mientras se suceden los tracks del disco, de los altavoces irrumpe la turbadora asfixia armónica de la Velvet Underground, la crudeza de Iggy Pop y sus inesperados crescendos, el eclecticismo de Pavement y Yo La Tengo, el fraseo atascado de Lou Reed tratando de abrirse paso hasta encontrar un centro liberador, las torsiones de intensidad de Radiohead (¿o son las ácidas guitarras de Spaceman 3?) y el vértigo casi primigenio de Ten Years After. Y más. Pero la variedad de cosas impregnando la propuesta estética de la banda uruguaya es tan grande, que encontrar cada componente exigiría un extenso trabajo de laboratorio).

Tanto si se cruzan varias de estas líneas en una composición (“De a dos mejor”, “Rocanrolaso”) como si se muestran emancipadas (“Venteveo”, “I dig you”), la multiplicidad de voces presentes no suena a salpicón despersonalizado sino a conjunto unitario.

Tres son los elementos que dan cohesión a la propuesta: 1) el rasposo garganteo vocal de Pedro Dalton, 2) las guitarras jugando un explícito rol central y 3) el permanente contraste entre climas suaves e intensos.

Otra característica que sobresale es el tipo de construcción temática que evita el desarrollo de la idea melódica, casi prescinde de los estribillos, y que recurre a arreglos y finales imprevisibles, particularidades todas que en el siguiente disco de la banda, van a desenvolverse con más profundidad.

Sin embargo, cuando la melodía de una canción logra desplegarse y el desenlace queda en manos de la guitarra líder como en “Sin hogar”, “Cecilia”, “De a 2 mejor” o “Preludio de las cazadoras”, es cuando los efectos son mayores sobre la audiencia.

FERMENTO

Si en el registro anterior ciertos materiales del mosaico sonoro no eran fácilmente identificables, en Dendritas contra el bicho feo (Ultrapop, 2001), son más los misterios que las certezas sobre la procedencia de los aportes audibles. Porque si bien la gran amalgama de influencias siguió siendo la esencia de la banda, nuevas voces se integraron rediseñando su trama interior.

En la canción “Como un feto” por ejemplo, se desliza un cierto sabor pop-rock de comienzos de los sesentas (¿se acuerdan de Del Shannon y su “Fugitiva”?) y “Partes del campo” trae el recuerdo de Genesis en “Nursery crime”. Hay un final clásico de una poderosa banda de rock en “Ooh uooh” con todos los instrumentos rematando al unísono, o hay una melodía más vinculable al área sinfónica (aunque con un claro barniz rock) que en el desenlace, convoca un arreglo de teclado típico de los Animals.

Con una clara fisonomía pop, el último disco de los Buenos Muchachos es un producto recorrido por más líneas internas que las que están presentes en Aire rico, hasta el punto de constatarse la presencia de elementos nacionales en “H.I.V.” (una milonga con remate tanguero), o de tomar al blues de manera integral como en “El faro” para rejuvenecer el género y de paso, dar lecciones a tantas bandas de blues uruguayas que apenas se dedican a repetir fórmulas estereotipadas.

El sello personal del grupo se exacerba en discursos no lineales donde se incorpora una melodía tras otra y los giros estilísticos se suceden entre rebuscados enlaces para transitar de una a otra parte de la canción (en “Fusible suelto” por ejemplo, se aúna un rocanrol clásico con un arreglo intermedio de blues y un final bien hard). De igual forma y aunque parezca un elemento menor, la ausencia de estribillos (presentes en apenas tres canciones) marca una diferencia notoria y contribuye a aumentar la sensación de estar oyendo algo original.

Dendritas contra el bicho feo es, en resumen, el disco de una banda que no da pasos apoyándose en el bastón de lo conocido y que antes que eso –está al oído-, prefiere experimentar. En esa apuesta, pueden aparecer ideas brillantes que valgan como tales y que no aporten el valor canción que toda audiencia esta esperando, y puede pasar también, que tales ideas lleguen al buen puerto de provocar el entronque entre lo nuevo y el acabado de la forma. Con estos o aquellos resultados, se trata de un disco fermental que de seguro, irá creciendo conforme pasen los años.

Nota: El mes que viene, rematamos con la segunda parte titulada Cable a tierra.

Leonardo Scampini

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