CABLE A TIERRA
Cuando nadie se atrevía a saltar los límites de alambres de púas fijados para la creación, los Buenos Muchachos emprendieron un viaje fuera de la atmósfera terrestre y quedaron flotando en su satélite dendrita. Tanta inmensidad para ellos solos les hizo añorar una temporada en la planicie o más sencillamente sobrevino la certeza de que era mejor producir la más alta calidad posible dentro de los márgenes admitidos que ser un vanguardista cenital e incomprendido.
Ese regreso a la normalidad prohijó un registro como Amanecer Búho (Bizarro Rds.), menos osado que su antecesor pero que tiene ese punto justo entre funcionalidad y energía, esa cosa terrenal y cercana a la línea de flotación sensible de amplios sectores de la sociedad.
A su vez conserva la complejidad y el ánimo explorador dendritiano de los extraños y / o falsos finales, los drásticos cambios de tema y los arreglos fuera de lo común, porque ninguna vuelta a casa puede hacerse dejando por el camino el equipaje de los rasgos adquiridos.
HOMENAJES
“Ahí voy” no es la canción que abre la placa, es una interferencia, irrumpe como un flechazo que pasa rajando el aire a escasos cinco centímetros de los ojos, y en ese ingreso, parece querer dar una señal de que la experiencia de oír el disco va a ser una cosa fuerte y sin desperdicio. Su cadencia épica lleva a navegar sobre un oleaje de mar sereno hasta que la guitarra de Gustavo Antuña comienza a hacer de las suyas y le pone a la pieza, todo el voltaje del rock.
(No sé qué tienen esos punteos de largas notas ligadas pero su sonido convoca a viajar a un lugar cercano al bastión del arrebato. Es como que van labrando una melodía y generando un ritmo a la vez, y es como si ese ritmo fuera sincopado.)
“Partes del campo (parte 2)” es una composición que arranca re mansa, igual que “Under the tilo’s tree”, “Coral # 5” y “Carlos, su auto y la calle mojada”, pero todas poseen sus salidas hacia direcciones inesperadas y su momento de guitarra solista desatando el nudo de la canción y poniendo de manifiesto el guardado cerebro de reptil.
Algunas pocas piezas como “Ja ja je je” y “Temperamento” no tienen el punteo de viola en el centro gravitatorio, porque este instrumento se cuelga en arpegios y saturaciones en el primero de los casos y porque en el segundo, la trompeta se hace cargo de ese rol con un dejo inconfundible al sonido con sordina inaugurado por la orquesta de Duke Ellington.
Dicha referencia explícita no es la única que se da cita en el disco: hay una cabalgata rítmica onda “Another brick…” de Pink Floyd en la introducción de ese mismo tema; o hay un final con trinos de pájaros “From the begining” de Emerson, Lake & Palmer en “Partes del campo”; o un exasperante clima instrumental a lo Sonic Youth en “Pavimento del buen muchacho”; o un coro femenino que responde al llamado de la voz principal en “He never wants to see you” que trae a la memoria la versión Joe Cocker de “Con una pequeña ayuda de mis amigos”; o…
(La palabra homenaje se clavó automáticamente en mi cabeza y pensé: ¿por qué este disco me sugiere cosas y millones de otros nunca me dicen nada?)
…hay un eco estructural muy “Cecilia” en “He never...”; o un sonido cajita de música “H.I.V.” encuentra parangón en “Carlos, su auto y la calle mojada”.
(Ellos como modelo a seguir, ellos como fuente de inspiración, ellos libres de la compulsión de estar buscando afuera. ¿Influencias? Todas. Las de los Buenos Muchachos inclusive. La palabra autohomenaje se escribió por su cuenta sin que yo pudiera detenerla.)
LA CRUZ DE LOS CAMINOS
Grotesca y con ideas viejas levantadas de otra fuente, la tapa de Uno con uno y así sucesivamente (Bizarro Rds.) preanuncia un disco diferente, acorde con esa nueva manera de presentarse. Y lo es.
Hay una bajada de revoluciones respecto a Amanecer Búho y un cambio de grafía. Si las claves sonoras de los Buenos Muchachos pasaban por la voz de Dalton y la guitarra de Antuña, la una está emprolijada (podrida como siempre pero sin aristas filosas) y la otra, jugada a otro rol, oculta y a veces ahogada.
Suenan como si no fueran ellos, como si a los BM los hubieran secuestrado y un grupo de clones ocupara su lugar. Ausente la potencia arrolladora de los discos anteriores, un tono distendido y con más vuelo climático circula por casi todo el registro. No se oyen en sus tracks, excesivos cambios motívicos ni búsquedas de nuevas posibilidades expresivas, y la guitarra solista en vez de puntear, encara arpegios, leves distorsiones, o se queda atrás del conjunto instrumental. Las pocas veces en que se la oye con su personalidad de otrora, aparece pulida, cadenciosa y sin incisión, o aplacada detrás del sonido de la batería, o haciendo un primer plano de sonido encajonado.
Todas estas mutaciones llevan a una notoria suavización de la propuesta, que bien pudiera servir al objetivo de conquistar el esquivo gran público del rock, o bien pudiera significar una etapa de búsqueda de un nuevo lenguaje instrumental.
Considerando la primera de las opciones, es indudable que a pesar de su moderación, el último disco de los BM conserva una esencia extraña para el oído medio, y algunas canciones fuertes como “Cambió el cuarto” y “Lengua distorsión” que continúan dificultando el acceso a una audiencia más masiva. Si de lo que se trata es del inicio de un nuevo tiempo musical, habrá que esperar la leña que de futuro pudieran ofrecer, estas flacas y enclenques ramas.
Cabe anotar que Uno con uno y así sucesivamente, es la placa con menos resonancias ajenas y en la que la banda dispara más municiones provenientes de su propio arsenal. Acaso de allí provenga el uno con uno del título.
Leonardo Scampini