INFORME PUBLICADO EN:
*Revista "Graffitti" Montevideo, mayo , 1990.
Modernización musical en la republiqueta ganadera: ¿derecha e izquierda matan la canción?
El 1º de marzo de 1985 asumió un gobierno nítidamente implantado por los militares, que buscaban retirarse dejando todo atado y bien atado. Tal gobierno tuvo como función preeminente realizar por las buenas lo que los militares no supieron o no llegaron a ejecutar por las malas. La administración Sanguinetti se caracterizó por chantajear a la población desde el primer al último día, deslizando de continuo la idea de que obraba como un muro de contención entre uniformados y pueblo gracias a quien sabe qué protocolos secretísimos que no podían ser alterados, porque de lo contrario ocurrirían cosas inconfesables.
El pueblo, sin comprender que la retirada de los militares podía obedecer a necesidades de geopolítica estadounidense y/o de expansión de las transnacionales, aceptó mayoritariamente el chantaje renunciando no sólo a elecciones libres, sino al ejercicio de la justicia sobre crímenes de lesa humanidad.
En este ambiente se produjo la liquidación del movimiento de la canción popular, surgido durante la dictadura.
Pero recapitulemos más en detalle. El Partido Colorado, con el genuino sabor de la restauración, asumió anunciando alegremente un pronto retorno a la "Suiza de América". Recuerdo haber oído tales palabras en boca de alguno de sus dirigentes-empresarios. Pero la restauración suele ser operación imposible, como imposible es la plena recuperación del pasado. De modo que el Partido Colorado se manejó sólo con apariencias, y sólo por apariencias estuvo constituído el espinazo de su política. También en la acción cultural.
Sobre los fines de los años 1970 y hasta promediar los ´80, existió aquí un vigoroso movimiento de la canción, de sello marcadamente nacional y autónomo, que vino a sustituir a la anterior generación, la de los cantores de "protesta" que hubieron de tomar el camino del exilio en los albores de la dictadura. El Partido Colorado, sabedor de que las señas de identidad de la canción popular no respondían a sus intereses de clase, planteó luego sus propias opciones de música popular que, según veremos, no diferían demasiado de sus planes generales de gobierno. Es que las "democracias concertadas" suelen ser paquetes que se venden y se compran íntegros y abarcan lo político, lo social, lo económico y lo cultural.
Lo primero que se apreció fue la eliminación casi total en los medios de difusión, de los cantantes que supusieran fuente de cuestionamiento o irritación para el sistema, dejando pasar sólo lo inocuo, lo no problematizante, la "fácil-escucha". La dictadura se vengaba a través del sistema. A pasos rápidos entrábamos en el país de la complacencia, al tiempo que se restauraba la difusión de viejas voces contestatarias, cuyo discurso se hallaba también envejecido por el tiempo y la distancia. Puedo garantizar que en 1985 a nadie preocupaba que por radio o televisión se difundiera a Los Olimareños cantando "Milonga de fusilado". En cambio, ingresar a un canal de televisión, encarando críticamente temas políticos, sociales o religiosos de estricta actualidad, presuponía la censura y el "destierro" del cantor. En todo el período de transición, y aún hoy (1990), los cantantes populares surgidos durante la dictadura, hemos estado sujetos a distintas formas de censura, presiones e inducción a la autocensura (1). Eso, los que hemos tenido la extraña suerte de trabajar en algún medio de gran difusión, estatal o privada.
Prosigamos. Acto seguido se observó en Montevideo, la puesta en marcha de los "circuitos culturales" de la Intendencia Municipal , con participación - restringida - de cantores populares. En la mayoría de los casos, los cantores que llegaban a barrios remotos no tenían publico, porque (¡oh! casualidad) la propaganda no se había hecho. O, en el mejor de los casos, el público (siempre de zonas marginales) no estaba preparado para el espectáculo que se le brindaba, concurriendo con violencia, agresividad y entrada libre. Fueron numerosos los izquierdistas que cedieron su buen nombre a la organización de este fracaso - quizá premeditado - a cambio de una salario. Tiempo después se les veía hacer mutis "a la francesa" por la puerta trasera de la Intendencia. Pero por lo menos ésta podía decir que estaba intentando hacer "algo", exhibiendo además un importante muestrario de nombres prestigiosos de artistas de izquierda. Coartada perfecta para una política de apariencias.
Casi lo mismo ocurrió con actividades de música popular del Ministerio de Educación y Cultura en el interior del país. Los cantores llegaban y (¡oh ! casualidad) tampoco tenían público porque (¡oh ! casualidad), tampoco había existido propaganda. Lógicamente igual tocaban y cobraban. Puede adjudicarse en este período al MEC el mérito de haber financiado los ensayos musicales más caros de toda la historia, con comida, traslados y hotel incluídos. Política de apariencias.
Pero hubo algo que sí funcionó, y ¡cómo!: la estructura de la Intendencia Municipal al servicio del lanzamiento del Rock de los ´80 como panacea para las necesidades estéticas de la juventud uruguaya. Allí se terminaron las tonterías. No se trabajó ya en barrios marginales donde nadie se enteraba de nada, sino en zonas estratégicas: Teatro de Verano, Rural del Prado, plazas y parques de Pocitos, estadios...Inmediatamente se sumó (¡oh! casualidad) el diario El Día, órgano oficial del Partido Colorado, disponiendo de un centimetraje, un entusiasmo y un nivel editorial nunca visto para otras manifestaciones musicales. Y la emisoras de FM, graciosamente adjudicadas por la dictadura. Y (¡oh ! casualidad) las trasnacionales de la gaseosa. Tampoco es casualidad que el Partido Colorado haya invitado grupos de rock a sus actos políticos.
Básicamente se trató de un movimiento trasnochado, caracterizado por una rebeldía ordenada, previsible y formalita, de aspecto en un todo similar al rock madrileño de principios de década (que tampoco era original), pasado por Buenos Aires, pero con mucha menos calidad. Y menos autenticidad, por tratarse de una copia en tercera o cuarta generación.
Introdujo al menos dos elementos inéditos en los grandes festivales de música popular: la violencia y la circulación de droga blanda. Para cuando se terminó el negocio discográfico, el daño ya estaba hecho. El fenómeno duró apenas tres años, pero bastó para alejar a las nuevas generaciones de los que aún quedaba funcionando del movimiento de la canción popular. El desarrollo masivo de ésta se detuvo totalmente y tocó fondo. Los salvajes sudamericanos siempre han comprado espejitos y cuentas de colores: la historia no tenía porqué ser diferente.
Quienes advertimos y comentamos tempranamente la maniobra, fuimos tratados como fascistas intolerantes. En cambio sus promotores asumieron carisma de buenos demócratas, tolerantes y modernos. Aditamentos sin duda ideales para una buena política de apariencias. Y la derecha ni siquiera tuvo que abrir la boca para defender su producto. Fue precisamente la izquierda desde donde se alzaron voces airadas en defensa de la musiquita transnacional. Recuerdo la vergonzosa campaña lanzada desde el desaparecido Semanario Aquí, órgano oficial del Partido Demócrata Cristiano, grupo político en vías de extinción (2).
Pocas dudas quedan hoy de que el "Rock nacional 85-88" configuró la propuesta musical de la administración colorada, administración claramente afiliada al proyecto transnacional.
Y los izquierdistas que afirmaron que el Partido Colorado carecía de proyecto cultural, cometieron un grave error, a la postre lesivo para nuestras necesidades de identidad nacional.
Así que no sólo la derecha tiene responsabilidad en la destrucción del movimiento de la canción popular. En los repartos de culpas, tantas suele tener quien agrede, como quien consiente la agresión. Los partidos de masas, en su afán inescrupuloso por captar más y más gente, confundieron por enésima vez dos conceptos opuestos: cultura de masas y arte popular. Así, no vacilaron en abrir las compuertas a la complacencia, proscribiendo a su vez a artistas a los que ellos consideraban "difíciles" para los obreros. ¿Cuánto tiempo estuvo Leo Maslíah proscripto por CX30?
Tales actitudes contribuyeron a la atrofia de los oídos del público, al que, no obstante le fueron creciendo orejotas tan grandes como las de los burros.
El público, por su parte, fue asumiendo un rol cada vez más pasivo, resignándose cómodamente a mover el dial de su receptor FM o TV, quedando a merced de los programadores; aceptando su criterio como palabra santa.
El público no sale a la calle a buscar a sus cantores. Sólo mueve el dial.
Los cantores que sobreviven han quedado confinados en el "ghetto" del circuito bolichero y las pocas salas céntricas, que a costos leoninos todavía se ceden. El gran público continúa sin merecer artistas únicos como Jorge Lazaroff. En cambio se muestra ampliamente merecedor de Batman, La Lambada, Carlos Mata y demás sensaciones del momento, que nunca pasarán de ser sensaciones momentáneas.
El conjunto de hechos y situaciones referidas bien podría agruparse abajo una sola palabra: DECADENCIA. Personalmente me inclino por el término DESTRUCCIÓN PREMEDITADA.
Hoy hay quienes quieren ver en la Intendencia Frentista un factor de relanzamiento de la canción popular.
Por mi parte, me sentiría plenamente satisfecho y agradecidísimo, si la Intendencia colocara papeleras, a razón de unas 12 por manzana en la planta urbana, 8 en la suburbana y una 4 por manzana en las zonas rurales, porque tengo los bolsillos llenos de pelotitas de papel, cáscaras de banana y botellas vacías que no sé dónde verter.
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Jorge Bonaldi