INFORME PUBLICADO EN:
* Revista "La del Taller" Nº 3 Montevideo, abril/mayo, 1985
Creo que la estupidez llegó a un nivel francamente alto cuando en algún momento alguien dijo, -incluso apoyado por algún medio de difusión- que era necesario hacer "canciones alegres". Porque, al parecer, ya bastantes problemas teníamos para ponernos a hacer pucheritos por una canción. Porque , al parecer, eso de emocionarse es de gente triste. Porque, al parecer, el dar rienda suelta a la sensibilidad frente a un hecho artístico profundo, es cosa de viejos aburridos. Y claro está, "nosotros somos jóvenes y tenemos que ser alegres" (textual).
Y divertidos.
Seguro.
Como si la pérdida o recuperación de algo tan importante como la alegría dependiera sencillamente de la fabricación en serie de cierto tipo de canciones.
Como si el arte pudiera ser triste o alegre. Pavadita de simplismos ¿no?.
Tiene lugar entonces el nacimiento de una suerte de "alegría militante" (...tenemos que ser alegres...), (eso sí, la auténtica alegría no se divisa ni debajo de las piedras). Y...todo el mundo a mover la colita. Y los piecitos. En los recitales compartidos se ve claramente que empiezan a "triunfar" los más batuqueros. A ver esas palmitas. Candombailes van, murgandombes vienen. La muchachada "progre" de Montevideo, candombea y se "recopa" con sobredosis de barriosur y conventillo en bailes en los que, por cierto, no se divisa un negro ni en cinco leguas a la redonda.
¿Qué? ¿Está mal que la gente baile?
No. Todo ciudadano tiene el inalienable derecho a menear sus partes pudendas cuanto le plazca. Pero también tiene otros derechos, ej.: el de razonar, tan escasamente usufructuado.
Pero nada. Todos contentos y a no preocuparse mucho por desmenuzar lo que nos tocan (aunque lo que nos toquen sea alguna de las partes antedichas), porque no hay demasiado tiempo para andar desmenuzando nada. "Nosotros no somos músicos y estamos en otra cosa. Nos limitamos a bailar, consumir discos y programas de Canto Popular. El análisis es para los especialistas, gente iniciada. En cambio, para nosotros que no entendemos nada, la música es más bien un acompañamiento, una razón para pasar un rato juntos y bien, y luego cada uno a lo suyo".
Juro que, una miguita perplejo, he escuchado frases como ésa de más de un componente de nuestra bienamada pequeña burguesía radicalizada. Lo juro. Lo juro por la caravanita del Sabalero.
Así que, alegría, alegría y a ver esas palmitas. Y esos tamboriles.
Fenomenal. Llegados a este punto, Michael Jackson se da la mano con nuestras lonjas sureras. Algo así como un encuentro la nada. Porque tanta nada se acumula en un caso como en el otro cuando la alegría se empieza a confundir con el aturdimiento. Luego, dando lo mismo chicha que limonada, bastará que desde el escenario llegue bastante barullo, tamboriles guitarrazos, etc., saturando alguno de nuestros sentidos. He visto últimamente algún recital en el cual el solista acompañado de una guitarra acústica era recibido con una tibieza de aplausos. Pero cuando entraba a sonar "la pesada" (guitarras eléctricas, baterías, etc.) la gente deliraba aunque no entendiera un pito la letra. A lo mejor Ud. también lo vio. No se me haga el sota.
Y otro asunto. Acostumbrados como estamos a permitir la sistemática penetración de nuestra voluntad, a permitir que OTRO piense por nosotros para indicarnos qué debemos comprar, qué debemos hacer, qué no debemos hacer, nuestra juventud también pasa a consumir productos de izquierda. Surgen así los ídolos del canto contestatario, se firman autógrafos, se consume protesta, se consume desexilio , se consume Revolución Cubana, se consume Canto Popular con alegría prefabricada incluída, se consume, se consume, se consume. Luego se gasta y se tira. Y venga otro. Se consume, en fin, lo que gusta, sin pensar demasiado que el gusto colectivo es severamente diseñado siguiendo normas de inducción al consumo.
Se compra lo que está impuesto, también sin pensarlo demasiado. Y creo que ahí está el "quid" del asunto. PENSAR o NO PENSAR.
El sistema bajo el cual vivimos tiende a anular nuestra capacidad de pensar por nosotros mismos. El ojo-apéndice del Hermano Mayor se cuela en nuestras casas, en nuestras existencias, y nos bombardea: COMPRE TAL, BEBA CUAL, FRÓTESE CON ESTO, HAGA GÁRGARAS CON LO OTRO, PÚRGUESE CON AQUELLO, COMPRE EL DISCO DE FULANITO, TENEMOS QUE SER ALEGRES, etc.
Y ya no tenemos que pensar en más nada. Simplemente limitarnos a recibir estímulos. Órdenes. Y luego obrar en consecuencia: casi nunca según nuestra verdadera voluntad. El Canto Popular y su público no han escapado a esto, tal cual se vio que evolucionaban (o involucionaban, más bien) las cosas hacia fines de 1984.
Por otra parte, el desacostumbramiento a pensar conlleva otras atrofias: pérdida de discernimiento, pérdida de opinión, pérdida de selectividad, pérdida de capacidad análisis, pérdida de interés por el análisis. En tales condiciones es fácil llegar a confundir alegría con aturdimiento, emoción con tristeza. En esas condiciones es fácil que alguien nos induzca a aceptar que la música nos pueda traer la alegría, en lugar de ser , como probablemente es, una consecuencia de nuestra idiosincracia.
Por su parte, la alegría, la verdadera alegría, la constante, la que quisiéramos para cada uno de nuestros actos y momentos, ésa, no vendrá por mucho que aquí se cante, se baile o se zapatee, si previamente no se derriba hasta la última de nuestras frustraciones individuales y colectivas.
Ah! Y por favor, mientras tanto, no le andes pidiendo aspirinas a la canción, que la pobrecita no tiene la culpa de nada.
Montevideo, abril,1985
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Jorge Bonaldi