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Música popular y crítica musical 
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 domingo, 29 de octubre de 2006
 

SILENCIO EN LA NOCHE

En los años del oscurantismo militar (1973-1985) brotó un movimiento de música popular de innegables valores y de una creatividad fuera de borda. Si ahora mismo la música uruguaya demuestra una gran vitalidad, se debe al notorio lucimiento de lo producido por los integrantes de la generación del 77, o a la utilización por parte de las nuevas promociones, de géneros como el tango, el candombe y la murga que en buena medida, fue responsabilidad de aquella generación volverlos latentes y respetables.

La crítica de esos años –muchas veces realizada por los propios músicos- jugó un rol importante sugiriendo caminos, alabando opciones, abriendo el debate, denostando propuestas. Tanto del lado de los que conducían audiciones radiales como de los que escribían en los incontables medios de prensa de entonces, el aporte fue evidente.

Pero llegó 1985. Un año tajante. Su línea imaginaria divide los últimos gestos de un Uruguay lleno de virtudes, con las primeras señales de un país que se escurre hacia el alcantarillado.

Buscando acaso mantener códigos de comunicación con un público que, a partir de la reapertura democrática iba a desarrollar nuevos intereses, la canción popular inició un lento proceso de desapego de los conceptos que propiciaron su momento de mayor inventiva. La experimentación fue cada vez menor, los textos perdieron carga poética y el dato nuevo dejó de ser audible*.

Con el correr de los años comenzó a pesar la adaptación a los signos de época de una cultura cada día más masificada y trivial, o la obligación de seguir vendiendo discos para mantener viva la estructura de la industria discográfica nacional, y unido a esto, la necesidad de defender el espacio de lo propio frente al embate de las multinacionales de la música y el avasallamiento globalizador. Entre tantos frentes a considerar, la música (o sea, la materia en cuestión) pasó a un segundo plano.

Crecidos en este clima cultural, la nueva camada de músicos quedó enfrascada, trabajando sobre modelos edificados por otros, y sin dar señales de posibles vías de salida. Exceptuando algunos álbumes de Jorge Drexler (Sea y Radar), Bailando en la rambla y Al palo de Jorge Schellemberg, y el disco Aguafuertes montevideanas de Walter Bordoni y Gastón Rodríguez, va a ser difícil encontrar otros productos realizados por la generación del 87 que puedan rescatarse del armario del olvido**.

DISTANCIA SUBJETIVA

La crítica no se detuvo a analizar este momento decadente de la música popular uruguaya o ni siquiera lo detectó. Antes bien, se dedicó a aplaudir cosas sin valor y se excusó de emitir juicios sobre algunas notorias declinaciones artísticas***. Desde el año 85, el periodismo musical fue aceptando que su deber era ocupar un lugar en la farsa –como casi todo en el país- desentendiéndose de hacer su aporte a la creación artística a través de la proposición de rumbos estéticos, o del sembrado de información sobre distintos aspectos de las nuevas tendencias, o fijando posición clara frente a propuestas musicales francamente pobres. Los mejores exponentes apuntaron a situar la obra y a precisar datos sobre sus elementos constitutivos, en el entendido que eso le brinda a un lector especializado, un montón de información técnica y una descripción de las características de cada propuesta. Pero a un lector común, que acaso sólo quiera saber qué disco le conviene comprar, no le proporciona la información que necesita.

Aquello de "la música sólo se divide en buena y mala", debe ser una de las frases más oídas y al mismo tiempo de las más difíciles de hacer carne, ya que casi ninguna persona relacionada profesionalmente con la música, se anima a dar mayores precisiones sobre los productos artísticos que deben ser ubicados en uno de estos casilleros y los que deben colocarse en el otro.

Hay una cierta aprensión a involucrarse en la cultura uruguaya, y se es asépticamente neutro para estar a salvo y para situarse en un posible punto de equilibrio que siempre se asocia con la moderación. Pero hay otros equilibrios que se hacen sobre la cuerda floja: no la neutralidad de estar en el medio para eludir los extremos sino, la implicancia de traer los bordes hacia el centro y hacer jugar todos los elementos, pasados por el tamiz de la reflexión y el reposo.

Allí, la mirada personal puede intentar un tono lo más alejado posible del yo, y sobreponerse a una subjetividad lisa y llana. Allí el ojo que observa, puede tratar de explicar –a veces en contra de las apetencias de quien se expresa- por qué un producto artístico reúne características que lo hacen valioso, y viceversa: por qué algo puede resultar atractivo y no tener componentes que justifiquen una valoración positiva.

MAL NECESARIO

Alguna prensa dedicada al comentario de libros, separa la paja del trigo y junto al dibujo de la obra, establece qué cosa vale la pena leer y qué cosa no. En cine a su vez, los usuarios saben qué ir a ver tomando nota de la valoración realizada por su crítico de cabecera.

Tratándose de música, la audiencia debe valerse por sí misma para escoger los registros sonoros que debe adquirir o puede, si cuenta con una cifra sideral de dinero, comprar los cientos de discos que se editan en un año y que las radioemisoras se niegan a transmitir. Una práctica que según se dice, subraya el respeto por el público lector (o la audiencia de radio y televisión), sin subestimarlo ni bajarle línea.

El argumento no es honesto. Escuda tras el candor de su pantalla, el temor a emitir juicios que puedan verificarse como errores de apreciación en el futuro, o esconde el deseo de no enemistarse con los músicos y los sellos discográficos, o el ánimo de no chocar con un medio cultural de mentalidad regresiva. Pero además, esta práctica deja a la gente sin la posibilidad de otras lecturas y a la merced de la música de use y tire, que los medios masivos irradian sin culpa, direccionando el gusto popular hacia el achatamiento de los sentidos.

Como otro de los tantos males necesarios, la crítica musical existe en la medida que hay un lugar para ocupar. No aporta al mejoramiento del intelecto y la sensibilidad del individuo, ni al de la creación en sí misma y encima, se permite ser extremadamente permisiva con el mal. Claro que la música de mala calidad no asesina ni viola ni saquea bancos pero alegóricamente, quien vuela a ras del suelo no propone demasiados horizontes a quienes escuchan. ¿Qué mensaje se esconde detrás de una escena musical que se repite hasta el hartazgo? ¿Qué expectativa tiene un individuo que enciende la radio, y todos los días de varios años, escucha la misma pobre cosa? ¿Qué le pasa cuando además, abre un diario o una revista, y observa que el periodista se acoda a la barra de la situación? ¿Sentirá claustrofobia?

DEMAGOGIA POPULISTA

Que la persona no nace libre, es una verdad vieja. No debería ser necesario decir que al hombre se le inculca un modelo social de vida, una religión, una noción de patria, una camiseta de fútbol. Que la educación orienta al individuo hacia la productividad, el consumo, y un entendimiento superficial de esa realidad de la que forma parte. Convencido de que lo que ve es todo lo que hay, vive como si lo supiera todo y no tuviera nada que aprender.

Ese mismo mecanismo funciona en lo que respecta a sus apetencias musicales. A través de los medios de comunicación conoce cierto tipo muy limitado de manifestaciones sonoras. No está educado para ir a buscar el dato sino para recibirlo. Por lo tanto hay experiencias auditivas que no conoce, grados a los que no llega, lecciones que no alcanza a aprender. No está calificado como oyente y es un notorio consumidor acrítico de lo que se le propone como única opción.

El siglo veinte abundó en ejemplos sobre el carácter efímero de las preferencias populares y sobre la permanencia en el tiempo que casi siempre, acaban teniendo los productos artísticos sostenidos por minorías. Para citar uno de ellos, bastaría con rememorar que los Beatles fueron negados por la sociedad adulta en su época, por una gran porción de la juventud, y por muchos de sus fans desde Seargent Peppers en adelante.

Sin embargo, buena parte de la crítica asegura que la gente es el mejor juez para sentenciar dónde está la riqueza y dónde la pobreza musical.


*En los inicios de los años ochenta, tanto Jaime Roos como Fernando Cabrera habían incorporado el novísimo estilo impuesto por Police (cuya característica más sobresaliente fue la unión del rock con el reggae) a sus composiciones.
**Acaso Alas de mariposa de Rossana Taddei, también pueda incluirse en esa lista.
***El caso de Pablo Estramín, es bien notorio al respecto.

Leonardo Scampini

 
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