Chiquito pero encarador
Escuchar a La Trampa en disco ya es alucinante; escucharla en vivo te da vuelta la cabeza. Imagínense lo que puede ser tener a estos pibes uruguayos tocando a menos de un metro de distancia; sin palabras. Así fue el toque del pasado veintiuno de Julio.
Habiendo hecho muy poca propaganda del show, el grupo de metal rock melódico (que mezcla géneros como el punk, el tango y el folklore), nacido ya hace más de doce años, y formado por Alejandro Spuntone (vocal), Carlos Rafols (bajo), Garo Arakelián (guitarra), y Alvaro Pintos (“El Alvin”, también baterista de El Cuarteto de Nos-) se presentó en las instalaciones del restaurante Plaza Mateo, a pocos días de editar su nuevo álbum: Caída Libre. En un ambiente muy íntimo y con la cantidad de gente adecuada para que el espectáculo fuera una verdadera delicia, la noche la detonó. No faltaban los fieles seguidores de la banda, inclusive aquellos que vienen desde Colón o El Cerro, todos haciendo el aguante que estos músicos se merecen. Llamaba la atención la abundancia del sexo femenino, que en otras ocasiones no se ve.
Sin teloneros ni ningún tipo de previa, La Trampa empezó a tocar a las dos y cuarto de la mañana del domingo. Antes de que irrumpiera en el escenario, se escuchaban cuchicheos sobre una base del más puro grunge de la historia (el disco In Utero de Nirvana sonó hasta que comenzó el show). Los típicos cantitos no se esparcieron entre el público, quien aguardaba un poco impaciente pero tranquilo la llegada de sus ídolos. Una vez que los integrantes de la banda estuvieron sobre el escenario, un grupo de jóvenes se aglomeró en la parte central del recinto. Chiquito pero encarador, el lugar tendría capacidad para pocas personas, pero como pasa siempre en los toques chicos, van los verdaderos fanáticos y se hacen los mejores pogos. La gente no empuja, sino que todos juntos hacen una fiesta entre hermanos.
Ya con los dos primeros temas que tocó la banda: Vendas en el corazón y Arma de doble filo (de su primer producción discográfica Toca y Obliga), se desató el acostumbrado huracán de fuerza y descontrol. Es increíble la energía que este cuarteto transmite a cada uno de los cuerpos del público. Las voces fervorosas de los presentes no dejaban de corear al unísono con la de Alejandro, que con su estilo potente y melodioso entona temas excelentes con letras profundas que despiertan la conciencia dormida de cualquiera que los escucha.
El toque siguió con las muestras más vivas de sus dos últimos discos: Calaveras y Resurrección, tocando los temas que llevan el mismo nombre que éstos, así como los clásicos Carne, Contrapiso para el alma, Buena Droga y Las cruces del corazón. Entre ellos se intercalaron cortes de su nueva producción, que aún no ha salido al mercado (se espera que salga a la venta el 7 de Agosto), como ser Caída Libre, Muerte Serena, Muere con la sonrisa, y Santa Rosa. Los oídos escuchaban fascinados cada nota desconocida, y los saltos no cesaron a pesar de que las bocas no podían cantar. Los nuevos temas mantienen el mismo estilo que los anteriores, con líricas similares y con la fuerza característica de la banda. La única diferencia es que los teclados ya no están.
El lugar se prestó para que se pudiera disfrutar agitando al máximo. Así mismo, las baladas típicas que ejecuta La Trampa en algunos recitales, como ser Soledad, Peligro o Dulces Tormentos, esta vez no sonaron y fue otro factor que influyó para que no bajara el ritmo y para mantener a los pibes delirando como nunca. Para el final dejaron los temas más poderosos, y ahí sí que el público respondió con toda el alma: ¿A dónde vas?, Mar de fondo, Pensar y Separar, y para el bis Maldición y Yo sé quién soy... Mejor imposible.
Por casi dos horas la sangre hirvió arriba y abajo del escenario, y diecisiete temas no fueron suficientes para saciar la sed de rocanrol. La hinchada pedía más y más; y más de lo que dieron estos cuatro “grandes” en el escenario no podía darse.
Viviana Scirgalea