Son las diez y media pasadas de un domingo sin luz en las calles. No obstante, un grupo de jóvenes todavía espera, flanqueando y custodiando minuciosamente, la posible y súbita huída de Jorge Drexler.
Necesitan, tal vez, la mirada o una simple sonrisa o un autógrafo del artista que, minutos antes, deleitó a los más de quinientos espectadores que asistieron al Palacio de Congresos y Exposiciones de Santiago de Compostela; concluyendo así, el ciclo de presentaciones de Eco, que un año antes había emprendido en ese preciso lugar.
Dos horas de actuación al compás de palabras, de guiños al público dirigiéndose repetidas veces en gallego: “¡boas noites, Santiago!”, “¡graciñas!”; de constante buen humor ante pequeños problemas técnicos diagnosticados por él mismo como simples “rumores graves del escenario”; de Iemanjá, la virgen del mar, acompañada por un improvisado y afinado coro de platea; de una “especie” de candombe; de tango y chacarera.
Veintidós canciones entonadas para los que van y vienen, para los que sufren o alguna vez sufrieron, para que no se repita, para los que aman, para la poesía y la ciencia, para las mezclas sin prejuicios… dando una visión tolerante, sensata, abierta a la experimentación, actual al mundo en que vive, estricta en las formas y sin caer en lugares comunes.
Conectados, Huma en guitarra eléctrica, Paco Bastante en bajo y Pedro Barceló en batería, respaldaron la labor que, más que en contadas ocasiones -como por ejemplo en Milonga del moro judío o El pianista del gueto de Varsovia-, recayó absolutamente en la voz y guitarra del autor, generando un clima de intimidad y proximidad ansiado y devorado por el público que festejó a rabiar; quizá el punto culminante del show.
Finalmente, y luego de los exigidos bises correspondientes, Drexler abandonó el escenario sonriente, feliz por la comunicación lograda; y como siempre: agradecido.
Carlos Bassi