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Gato Eduardo, el rock de la resistencia |
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domingo, 24 de marzo de 2002
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Si no lo conoce, seguramente alguna vez escuchó hablar de él. Si usted es músico o tiene algún amigo músico, seguramente alguna vez tocó en El Templo del Gato; esa “troupe musical” que recorrió durante años cientos de locales montevideanos y que hoy por hoy se desarrolla en Café Arbat. Se llama Eduardo Oviedo, pero todos lo conocen como El Gato Eduardo. Solamente tiene un disco editado, Blues de Alicia (que curiosamente sólo se consigue en el exterior) y también aparece en una recopilación de Orfeo llamada Rock 5. Con 40 años de carrera artística, el Gato nos habla de su vida, nos cuenta qué está haciendo ahora y cómo ve el rock nacional.
¿En que andás?
En estos momentos estoy recreando el espectáculo El Templo del Gato, que además se llama así no por un culto a la personalidad, sino porque cuando se hizo por primera vez, quien puso la plata para los afiches –que era yerba para mate Orosán-, dijo: “ese nombre no me gusta. Yo le voy a poner un nombre y se va a emitir así”. El espectáculo se iba a llamar algo así como La Cueva del Rock o algo por el estilo. Cuando voy y están los afiches hechos, el afiche decía: Templo del Gato, por aquello de los egipcios. Y como a mí me dicen gato desde niño... entonces fue: “yerba para mate Orosán presenta: Templo del Gato, una expresión de rock y bla, bla, bla...”. Esto fue en el año ´83. Después se fue haciendo año tras año en diferentes ámbitos, y como es un nombre que en mucha gente todavía está, es bien fácil ponerlo nuevamente en el tapete. Entonces estoy llevando una nueva etapa del Templo del Gato. Se están presentando bandas interesantes y me estoy presentando yo solo con la guitarra. También estoy preparando dos bandas, es decir, un staff que lo puedo dividir en dos. Porque muchos músicos que tocan conmigo también tocan con músicos de los más notorios de acá, entonces se hace difícil juntarlos. Pero además, como tengo muchos temas que son muy, digamos, elaborados o muy líricos de repente, muy volados, esos temas requieren a esos músicos. Pero es muy difícil –no sé por qué razón- que ese tipo de músicos pueda tocar un rock zaparrastroso y un blues arrastrado. Entonces hay un staff para determinado tipo de show y un staff para otro show.
Estás desde el ‘83 con el Templo del Gato, ¿y con la música desde cuándo?
Oficialmente desde que tenía once años, y tengo cincuenta y uno. Yo me presenté en un programa de radio que se llamaba Revista Infantil. En aquel entonces cantaba canciones de moda. Pero no sé por qué, ya desde chico yo escuchaba una canción y me gustaba, pero pensaba que la podía cantar de otra manera. O sea, respetando la melodía, yo la sentía de otra manera.
¿Y cuándo empezaste a tener contacto con el rock nacional?
Formé parte de la primera movida del rock nacional y directamente soy uno de los precursores de la segunda movida. Es decir, el rock de los ´80 nace a través del Templo del Gato, porque ahí nacen Los Estómagos, nace la banda Alvacast... entonces, digamos que el rock nacional lo tuve desde siempre. No soy otra cosa que consecuencia del entorno. Yo escuchaba Beatles o Presley o Ray Charles y a mí todo eso me transportaba. No sé inglés pero lo que me interesaba era que me llegaba. Entonces lo que hacía era una especie de traspolación, asimilaba todo eso y decía: “qué bueno poder hacer acá algo así”, pero no eso, para mí el “algo así” significaba algo como lo que nosotros podríamos hacer, desde nuestro barrio, desde nuestras vivencias. Lo sentí así desde niño. Por ejemplo: yo cuando tenía seis o siete años cantaba en los tablados los boleros de Julio Jaramillo, y más de una vez los cantaba dos veces; una haciéndolo tal cual como lo hacía Julio Jaramillo, haciendo una imitación cruel, y cuando volvía les decía a la gente –con mi voz de niño- que ahora lo iba a cantar como a mí me parecía. Pero hoy por hoy me doy cuenta que estaba diciendo algo que lo sigo diciendo y haciendo. Pero no sé, no lo puedo racionalizar, es algo que me viene desde adentro. Así que creo que rock o música nacional me viene desde siempre; no lo concibo de otra manera. Es más, hay cosas que me re-calientan, que me parecen patéticas: me pasa cuando veo gente que imita a La Polla o a Los Ramones; para escuchar eso prefiero a los originales. A mí por ejemplo –aunque grabé para él el tema Somos Todos Subversivos- no me vuelve loco La Tabaré, sin embargo rescato una postura personal. Sobre todo en esta última etapa, como que con los años vino una definición de: “me importa un carajo si le gusta a los guachos o no, hago lo que quiero hacer”, y me parece bárbaro. Me encantan las letras de Nasser, el rock que hacía Níquel, no la forma de producirse que es otra cosa. Pero tengo mucho respeto por Nasser, por su capacidad para laburar. Lo que pasa es que a veces uno tiene familia y necesita vivir de lo que hace, entonces es ahí en donde pisás la trampa; tenés que acomodar el cuerpo a las circunstancias. Ojo, no estoy diciendo que esto esté mal o no, simplemente yo no puedo hacerlo.
¿Cuándo conociste a Eduardo Mateo?
Lo conocí en el año 1972, en la confitería Lido, galería del Polvorín. Estoy hablando de cuando establecí contacto con él, porque yo ya lo conocía de El Kinto. Yo estaba con una guitarra, subió, pegó la guitarra, habló unas cuantas cosas... además vino haciéndose medio el langa porque yo estaba con unas amigas y aquel siempre se trataba de levantar todo lo que caminara por el mundo, entonces medio que se pegó ahí. Se puso a tocar Jacinta, un tema de él, y yo me puse a cantarlo. Me dijo que cantaba bien y después de esa vez hicimos dos o tres contactos, nos veíamos circunstancialmente hasta que un día el guitarrista de la banda que yo tenía cayó preso con Mateo por un tema de drogas. Después lo dejé de ver porque en la época de la dictadura me tuve que rajar del país. Cuando vuelvo me lo encuentro en el Sorocabana de la plaza Independencia.
¿En que año volviste?
Me fui en el ‘77 y volví en el ‘81. Estuve medio clandestino, hasta que en el ‘82 me detectaron y me tuve que rajar de nuevo para volverme en el ‘83. A mediados del ‘82, Mateo vivía en un hotel de la calle Bartolomé Mitre y yo tenía una mujercita, entonces me quedaba ahí porque él me decía: “el hotel es barato y limpio”. Entonces estábamos más en contacto, hasta que una noche fui a preguntar por él y me dijeron que no había venido; lo habían llevado preso por drogas. Yo ahí me volví a pelar para el exterior. Cuando volví me lo encontré en el centro y él cantó una canción mía, me la cantaba ¿no? A partir de ahí nos empezamos a juntar más con Mateo: él traía la guitarra, nos íbamos para una casa o para otra, nos íbamos a tomar unos platos de sopa, caminábamos... aprendí mucho con él. También dos por tres le disparaba, porque me mangueaba guita para las drogas. Entonces a veces lo veía y le rajaba, aunque a veces me quedaba pensando que capaz lo necesitaba para comer... pero yo lo digo, no soy como esos tránsfugas que dicen: “Mateo fue lo más grande que hay” y la mayoría salía rajando, y a la hora de currar con el nombre de él más de uno se subió al carro. Por ese entonces decidimos hacer espectáculos juntos e hicimos varios; hicimos una temporada en el teatro El Reloj –que ahora es el cine de Las Américas-, después tocamos en varios escenarios juntos y en Amarcord –el viejo Amarcord, que quedaba en Yaguarón 1234; ahora es Barrabás-, ahí hicimos un ciclo de recitales, estuvimos varios meses. Los jueves estábamos Mateo y yo, los viernes creo que estaba Fernando Cabrera y los sábados Darnauchans. Y los domingos estaba yo con el espectáculo Templo del Gato, ahí ya era más bardo.
Sos un buen termómetro de todo lo que pasó en la historia del rock nacional, ¿tenés en cuenta eso?
Desgraciadamente sí, por un problema de edad: abarco medio siglo (risas). Además, por haber sido militante político, he sido bastante analítico toda mi vida. Pero creo que sí, que soy un termómetro del rock nacional y bueno ¿ta? Creo que en la expresión del rock estábamos mejores antes...
¿Antes, en qué momento?
Entre el ´60 y ´70, quizás al principio de los ´80. Pero bueno, la culpa no es de los chicos de ahora, la culpa es de nosotros que dejamos este mundo de mierda. Yo no me cuento, pero la mayoría entregó los principios, los escrúpulos, que era como entregar las armas. La mayoría entró en el: “no te metas”, la mayoría se cansó, otros directamente se murieron, otros se fueron del país, otros entraron en el: “hacé la tuya” y otros seguimos, y somos los rompe huevos. Pero está bueno, mi misión en este mundo es romper los huevos.
¿Por ese “romper los huevos” creés que no tenés la trascendencia discográfica que podrías tener?
Sería muy pretencioso de mi parte darme semejante importancia, puede que sea eso, puede que no. De todas maneras no digo que no me importa, pero ya no me molesta demasiado. Quizás algún día alguien venga y diga: “me interesa eso”. Un día tendría que hacer como la película de Orson Welles, que decía: “que llamen a la prensa y digan que me acabo de morir”. Seguramente empezarían a rescatar material mío por ahí, aparecerán filmaciones que ni yo tengo... para aparecer cuatro meses después en escena, demandando a todo el mundo, estaría bárbaro (risas). No sé si es por eso, además me lo dijeron directamente: una vez me iban a llevar para Buenos Aires y se presuponía que yo iba a ser lanzado para toda América Latina. Pero tenía que trabajar un poco como León Gieco: de Ushuaia a la Quiaca. Entonces la propuesta era: mil dólares por mes libre de polvo y paja, tenía que vivir en Buenos Aires, las notas te las atan todas; hay todo un cuestionario de preguntas que tenés que responder tirándola para el costado. Lo interesante era que necesitaban un tipo veteranón, con la imagen mía, porque había un espacio para llenar. Cuando el tipo me hablaba todo eso -en este caso el productor de Orfeo-, escuchó azorado que yo dije: “bueno tá, déjenmelo pensar”. El loco me decía: “pero sos tarado, ¿cómo déjenmelo pensar?, esto es la oportunidad de tu vida”. No sé si es la oportunidad de mí vida, a mí nadie me va decir si tengo que tocar o no para una escuela que se calló a pedazos, nadie me va impedir que diga que Massera era un hijo de siete mil putas y Gavazzo el espejo. No quiero eso, no me interesa, realmente no me interesa... ¿Sabés lo que pasa flaco?, yo fui pobre, me crié en un barrio pobre, jugué al fútbol en divisionales inferiores y me cagaron a patadas, me rompieron una pierna, estuve en cana, me rompieron la jeta, le he roto la jeta a más de uno y comí guiso hasta que –no digo que lo aborrezco- pero ya soy hepático. Entonces digo, no tengo nada que perder, es más, gané todo; tengo una hija divina: Penélope. No escribí un libro pero estoy en camino de eso, escribí un montón de canciones, la mayoría de mis seres queridos están vivos... La otra vez estaba en La Pedrera y agarré una piedra que tenía un montón de colores. Le digo a mi hija: “Mirá que mágico, millones de años, esto capaz que estuvo en el Ganjes o en el Mediterráneo o en el Mar Rojo”. Millones de años todos estos colores pintándose y haciéndose para que un día estén en mis manos y yo lo pueda percibir; soy Gardel, si me quejo es de marica.
Estás en camino de escribir un libro, ¿de qué se trata?
Hay un compendio de cuentos y paralelo a eso hay una historia de lo que fue Templo del Gato. Es decir, encuentros, desencuentros, amores, divorcios, hijos, bandas, anécdotas; una de ellas por ejemplo: tocan Los Estómagos, Guillermo Peluffo tendría doce o trece años, era época de dictadura y si lo veían al borrego ahí me rompían el orto. Entonces lo metimos debajo de una mesa y pusimos un mantel bien grande; tenías que ver al guacho desde allá abajo mirando el espectáculo (risas). Eso como anécdota graciosa, hay otras penosas.
¿Cómo cuáles?
En aquel entonces, en el ´83, yo tenía que presentar mis canciones en la censura. Y muchas de ellas, como yo me resisto no pasaban, entonces le decía a un amigo que me las escribiera en inglés; desde el punto de vista jurídico, los tipos no podían decir que yo no había presentado el texto. Entonces los tipos aprobaban la canción, hasta que un día me dijeron: “esa canción no la podés cantar”, me cagaron a piñazos, me colgaron un poquito y después me soltaron. Me prohibieron la canción, entonces yo iba y en vez de cantarla la tarareaba, y la gente la cantaba. Cuando salía, me esperaba algún volkswagen y me decían: “Vos estás de vivo y te la vamos a dar” (risas). No sé si hoy lo haría, sé que en ese entonces lo hice y estuvo bueno. Me seducía el hecho de hacerlo e incomodar un poco.
Cuando no estés, ¿cómo te gustaría que te recuerden?
Como soy, como cada cual quiera, como me lo merezco, sobretodo eso. Si alguien comete injusticias vendré del más allá y les patearé los huevos (risas). Como me merezco, nada más. Entonces eso me da felicidad porque yo sé lo que me merezco, y yo sé que la gente trasciende como se merece. También hay gente que en vida ha sido muy notoria y en realidad no dejó ni la sombra. Lo que voy a decir es un poco metafísico, pero creo que todo se transforma y que en alguna medida somos inmortales; algunos, otros se mueren, pero en realidad los que se mueren nunca vivieron, sólo estuvieron; estuvieron estorbando por ahí.
Juan Castel
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