SieteNotas

Jorge Bonaldi, Diferencias 1 y 2

30/3/2008

1

Existe la costumbre local de arrojar dentro de un mismo saco cosas que no deberían mezclarse. Lo veo, sin ir más lejos, en mi profesión. El público, los medios de este siglo 21, tienden a apilar "cantautores" con "entretenedores". Pero ocurre que "... patoteros hay pa' rato, pero el pato no es un tero ni los teros somos patos..." que diría Marquitos Velázquez. La tradición de los cantautores uruguayos se gestó y afirmó en la segunda mitad del siglo 20 a partir de individuos de gran inteligencia e ilustración. Aníbal Sampayo, Osiris Rodríguez, Rubito Lena, Los Olimareños, Viglietti, Zitarrosa, Marcos Velázquez, Carlos Molina, Anselmo Grau, por citar algunos, no sólo dotaron de sólido sustento ideológico a su actividad, sino que demostraron tener la capacidad de adoptar actitudes políticas concretas en cada uno de los escalones de nuestra peripecia histórica de los últimos cincuenta años.

Quienes optamos por dar continuidad al legado de la generación anterior siempre hemos tenido claro que el escenario no es simplemente un chiche caro, sino un medio de difusión de ideas, una plataforma política. En arte no debe confundirse la transmisión de "slogans" o "panfletos" con la ocurrencia de hechos políticos. La musicalización de panfletos y slogans ha sido siempre la vía rápida de cantores oportunistas, mediocres o infiltrados, cuando no de colaboracionistas del terrorismo de estado, que siempre los ha habido y hoy mismo estarán en las gateras aguardando situaciones fácticas.

Cuando todo lo que te rodea te convoca al desarraigo, generar identidad puede ser y es un hecho político. Cuando todo lo que te cae encima es cuadratizante, vulgarizante, estupidizante y ramplón, producir belleza, activar ciertos resortes adormecidos en la gente, puede ser un acto político (ver "Yellow Submarine", el film, por THE BEATLES). Por cierto, enterrar sin honores especiales a Aníbal Sampayo, después de los notables servicios prestados a la patria, también podría suponer una definición política. Y perdón si me dejé llevar por la rabia. Prosigo.

Los cantautores somos de origen artesanal. Poco y nada tenemos que ver con fabricaciones de la industria. Por lo demás resultaría de una ingenuidad francamente provinciana tratar de adosarnos una fisonomía industrial, en esta pequeña república sudamericana donde todo suele estar "atadito con alambre". Finalmente, esta otra diferencia: los cantautores siempre hemos buscado construir públicos con capacidad reflexiva y no plateas simplemente "entretenidas" o catárticas.

Hasta ahí, una definición aproximativa, muy básica, de lo que han sido los verdaderos cantautores en el Uruguay desde el apogeo hasta el progresivo proceso de extinción.

Veamos los cantantes "entretenedores". Los hay muy buenos y de gran talento y predicamento. Su función social no es otra que la de ocupar un espacio y un tiempo en el ocio de la gente sin otra consecuencia que la de generar consumo compulsivo hacia los productos derivados de su trabajo. Y en esto incluyo la idolatría/cholulismo y los extremos emocionales adolescentes que en Uruguay no empezaron a existir sino ¡oh casualidad! hasta el advenimiento de la neo-democracia (año '85 y subsiguientes). Los "entertainers" se caracterizan por escoltar los designios del "establishment" y nunca provocarle inquietudes políticas cuestionándolo de manera explícita o a través de manifiestos de orden estético. Podría agregarse que responden a corrientes estéticas relativamente contemporáneas originadas en el exterior por la gran industria. Su interés básico no es crear sino "re-crear" acaso agregando algún ingrediente localista con la finalidad de ampliar su radio de facturación.

Eso sí: puede afirmarse que siempre dormirán sin el temor de ser prohibidos, perseguidos o ejecutados. A ellos debemos la obscena proliferación de cancioncitas propias de país despreocupado, más adecuadas a las sociedades de bienestar que a un islote donde el pasado llama permanentemente a tu puerta y el futuro nunca termina de llegar. ¡Confórmense uruguayos! No tendremos el wellfare-state pero al menos tenemos las cancioncitas.

2

En mis habituales conversaciones con José Artigas, jamás le oí decir que él iba a ser el presidente de todos los orientales.

- No sea pendejo, Bonaldi- me espetó una tarde El Protector, sin desensillar pero apartando brevemente su mirada del horizonte.

Y ya casi me gritó:

- Si yo le digo que voy a ser el presidente de todos, es lo mismo que decirle que no voy a ser el presidente de nadie en concreto. Sería... embanderarme con vaguedades ¿entiende?

Y se volvió, para seguir oteando en lontananza, actitud muy propia de los próceres y de quienes suelen soñar otra cosa. Es que la precisión de Artigas Pascual era muy otra: priorizar la atención hacia los buenos americanos, hacia los indios, hacia el paisanaje desposeído y en general, hacia los que se habían jugado la ropa en sus campañas.

Tampoco en nuestras largas jornadas de marcha y acampada le oí declarar pertenencia a ninguna logia, secta, cofradía u organización alguna dedicada al desarrollo del tráfico de influencias. Me permito intuir que El Jefe, ocupado como estaba en afirmar los nuevos rumbos de una nacionalidad naciente, no tenía tiempo para perder en las consabidas ceremonias rituales propias de las logias.

Quizá por eso cayó en desgracia y quienes lo desbancaron se dedicaron primero al exterminio sistemático de su base social y segundo a fundar una república-estancia con sol arrinconado, cara de limbo y para colmo rodeado de barrotes azules y blancos, como los trajes de algunos presidiarios.

Hace 200 años me persigue la misma pregunta: ¿Llegará a existir algún jefe/jefa de estado con el suficiente carácter para transformar esta república sin nombre en la República Artiguista del Uruguay?

Maldonado, Julio de 2007.

Jorge Bonaldi

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