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Fernando Cabrera, Un bardero de aquellos |
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jueves, 12 de enero de 2006
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Si cualquiera de las bandas más populares del país titulara “Bardo” a su última placa discográfica, caería inmediatamente en lo burdo, en lo inmediato. Sin embargo, por alguna razón, el hecho de que sea Cabrera quien ponga semejante nombre, lleva a que el público desconfíe: “¿qué me está queriendo decir con ese título?”.
“Para empezar me pareció que el nombre sonaba bien, que la palabra servía, y además porque aparentemente era una palabra que tenía dos significaciones: por un lado, la antigua que quiere decir poeta, que viene de los celtas y capaz que tiene 5000 años, no lo sé; y después, el más actual y coloquial que se le ha dado acá en el Río de la Plata últimamente, que es algo así como desenfreno, relajo. Yo jugaba con ese doble sentido, me parecía un lindo juego de palabras, pero ahora en las últimas semanas me di cuenta que ambas significaciones representan lo mismo, la segunda es una extensión o una exageración del significado original porque en todo lugar y en toda época a los artistas siempre se los coloca un poco al margen, como que están en otra, en la bohemia, en definitiva es un solo significado”.
Así lo explicaba Cabrera. No obstante, de la lectura de su respuesta uno puede suponer que él, como artista, se considera que está al margen de la sociedad. ¿Es así?
“No, al margen no creo, no es la intención. Yo no estoy al margen, yo hago canción popular, no estoy haciendo nada raro ni vanguardista, no estoy rompiendo límites ni nada”.
Estás haciendo algunas cosas experimentales…
“Un poco sí. Pero también una parte del chiste del nombre era jugar con el hecho de que nadie podría identificarme a mí como un bardero, esa contradicción también la tuve en cuenta”.
Habíamos coordinado la nota a las dos de la tarde en una librería en el corazón de la Ciudad Vieja: “Agarrás por Buenos Aires, que es la del costado del Solís, caminás un par de cuadras, y te vas a encontrar con una librería que es nueva, se llama Queselea”, me dijo Cabrera. “Entrás y caminás derecho hasta el fondo que hay una cafetería muy amena como para hacer una entrevista”.
Tenía el aspecto de cualquier librería de Ciudad Vieja: un corredor, y a los costados estanterías con libros. Pero debía dirigirme a la cafetería. Para mi sorpresa me encontré con un espacio amplio, iluminado con una luz tenue que iba acorde con la predominancia de roble de sus refinados ornamentos, con un colorido vitral en el techo en forma de cúpula, que engalanaba este refinado ambiente.
En una mesita veo sentado a Fernando Cabrera tomando un refresco con una señora: “Ella es mi madre”, me dijo sonriendo. Elegante y macanuda, la madre de Cabrera me da la bienvenida. “¿Le molesta que hagamos la nota acá o prefiere que vayamos a otra mesa?”, pregunto; “No, no m'hijito, a mí no me molesta, háganla acá nomás”.
Una vez roto el hielo, Cabrera empezó a contarme del disco.
“Es un disco más claro, más transparente que los anteriores, no hay demasiada sobrecarga de información. Mi deseo era hacer un disco contundente con canciones planteadas de un modo sencillo, que no quiere decir que las canciones sean sencillas, pero que están tocadas básicamente como un trío, más alguna cosita, alguna guitarra, algún invitado para hacer algún solo. Pero la idea era esa: una cosa breve, más bien radial, un formato canción más bien corto… jugada a una tímbrica básica de guitarra eléctrica, batería y bajo, pero básicamente eso”.
Son canciones que fueron escritas en tres años, ¿las habías presentado a tu público ya?
“Algunas sí, unas cuantas. Otras no porque se terminaron en el estudio a último momento, como “Tierra” por ejemplo, pero algunas habían sido tocadas, y modificadas y pulidas junto con los músicos. En fin, pequeñas modificaciones… En vez de hacerlas en largas sesiones de ensayos, a veces prefiero tocarlas en vivo y ver en ruedo a ver qué pasa. En vivo es muy diferente cómo uno toca, cómo canta, cómo sale la cosa, porque en un ensayo es todo mucho más descontraído, de repente no ponés toda la carne en el asador. Por eso cuando estás tocando en vivo la cosa sale de una manera mucho más franca, y te permite sacar conclusiones, revisar con más claridad, no sé si estará bien o mal hacer esto, pero a mí me da resultado”.
El 16 de noviembre Cabrera presentó “Bardo” en el Cine Teatro Plaza. Un espectáculo que tenía a su público bastante expectante, y al que también tuve el gusto de asistir. Pasaditas las 21 horas salió Fernando al escenario acompañado por Federico Righi en cello y bajo, y Ricardo Gómez en batería y vibráfono. Un buen marco de público se hizo presente para la función, recibiendo al artista de pie y aplaudiendo.
La presentación recorrió las diferentes canciones del disco, variando en formato (a veces más bien acústico, y otras eléctrico) dependiendo de los climas que se iban generando. Pasaron algunas de los temas más esperadas como “Despacio por las piedras”, que fue presentada como una recomendación (y por qué no, como un consejo del músico a sus seguidores); “Santa Lucía”, tema compuesto entre Cabrera y Edú “Pitufo” Lombardo; “Diseño de interiores”, un típico formato canción muy ameno; “Disolvente”, “Parecía un niño de la calle”, etc.
A la media hora de comenzado el toque, llegó uno de los momentos más esperados: la ejecución de “Tierra”, que es sin dudas uno de los temas más arriesgados en la carrera del músico. Un tema en el que predomina la disarmonía, jugado a una melodía muy cambiante y una base instrumental borroneada, a veces inexistente.
Los músicos abandonaron el escenario. Cabrera dejó su guitarra en un atril, se puso de pie y comenzó a cantar. La base instrumental que salía por los parlantes era la misma que aparece en el disco, esto exigía una atención y un uso de la memoria asombroso.
Lo tuviste que ensayar años para cantarlo de memoria.
“No sé si años... Me tiré un poco al agua, pero lo tengo sabido, porque lo había compuesto y grabado, pero lo más difícil de ese tema es que no tiene una afinación exacta, no hay una relación armónica tonal entre todos los elementos que juegan. Cantarlo en vivo es complicado por eso”.
¡Qué momento! Un silencio acalambrante invadió la sala. Las bocas y los ojos bien abiertos, sin poder creerlo. La piel erizada.
“Es un tema bastante experimental, que rompe con el formato canción. De hecho el acompañamiento no tiene nada que ver con el típico de canción que es el ritmo, los instrumentos… son todas manchas sonoras, fragmentos de otras obras. Hay fragmentos de una obra que se llama “Mapa de Milonga” que yo escribí para la Orquesta Sinfónica, y que fue estrenada acá por el Sodre hace unos años y dirigida por Fernando Condon. Hay fragmentos de otra obra que escribí para una orquesta boliviana que se llama “Orquesta Experimental de Instrumentos Nativos”, que es muy grande, pero que está conformada solamente por instrumentos originarios del folklore del altiplano. Está dirigida por un compositor y director muy importante que se llama Cergio Prudencio, con “C”… Hay otro fragmento de unas piezas electrónicas de Guillermo Hill, que toca tres canciones como invitado en el disco; hay una parte de unos experimentos con el grupo vocal “La otra”; también hay unas guitarras que hacen referencia al viejo género folklórico nuestro que es la cifra… (relojea a su madre) y aparece la voz de ella de una llamada telefónica…”.
La señora mira para abajo como tapándose la cara, sin poder esconder su sonrisa y su evidente cara sonrojada.
“`Tierra´ es un tema que fue evolucionando. Fue el último en terminarse porque es el que más complicaciones nos dio, me costó mucho al principio terminar la melodía. Lo primero que quería tener era la melodía arreglada, para después ver el acompañamiento y la orquestación. Me costó mucho tiempo y trabajo. Y se terminó prácticamente en los últimos días de grabación, todavía seguíamos sacando y poniendo, cambiando de lugar algunas cosas…”.
¿Y cómo hiciste para encontrarle un orden a tanta locura?
“El oficio. Vas viendo qué te gusta más, encontrando distintos equilibrios que son totalmente personales”.
En la función del 16, Cabrera tuvo que hacer dos reapariciones una vez terminado el repertorio. La gente se rompió las manos de tanto aplaudir, incluso uno de los presentes gritó: “¡Tocá toda la noche Fernando!”. Es que no se podía ir sin regalarle a su público la actuación de clásicos como: “El tiempo está después”, “El posible López”, “La balada de Astor Piazzola”, “Agua”, una exquisita versión de “Príncipe azul” de Eduardo Mateo, y el gran cierre con “La casa de al lado”.
Emotivo y cambiante, así califico al espectáculo de este artista, compositor, poeta y productor que tanto aporta a la música nacional.
Este disco lo produjiste vos, ¿preferís hacer la producción artística de un disco tuyo o uno ajeno?, ¿es más difícil producir un disco propio?
“Mirá, no sé, hasta ahora no me ha producido nadie, me he producido siempre yo. Capaz que para el futuro llamo a algún otro productor, o no, pero hasta ahora estoy conforme en ese sentido, ya lo tomo como algo normal. Y producir a otra gente me encanta, además produje a gente tan distinta que voy aprendiendo cosas de cada una: desde cómo agarran la guitarra, hasta cómo son sus cabezas. Produje a gente como La Trampa, Liliana Herrero (la vocalista argentina), Once Tiros, entre otros”.
¿Te considerás un observador?
“Sí, de cada artista saco algún aprendizaje”.
¿Y observador para adentro de uno mismo?, ¡hay que animarse a rascar!
“Sí, yo creo que todos nos observamos para adentro. Algunas veces es más fácil que otras, pero sí, suelo mirar mi interior”.
“Necesito renovar mi interior dibujarse es vivir el presente es un proyecto anterior se agotó por aquí.
Necesito desarmar el taller aprenderse es vivir tras caer empapelado de ayer no dejarse dormir”. (Fragmento del tema Diseño de interiores)
Rodrigo Ribeiro
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