Como queriendo ahuyentar los malos augurios, el track list indica 15 temas pero el número 13 contiene solo silencio.

Es difícil saber hasta qué punto “Todo es tan inflamable” mide la temperatura de una banda que, al momento de editarlo, disuelve su formación original. A lo largo y ancho del álbum se buscan respuestas, la mayoría de las veces desde el inconformismo y la angustia. Casi en los 11 temas de su autoría, Emiliano Brancciari reparte reproches y consejos a un imaginario que parece llevar una vida equivocada y ruin. ¿Inflexión?

Seguro, ahora lo sabemos, pero también hay que decir maduración. Salvo contadas excepciones (“Pensar”, “Fuera de Control”) el disco es esquivo al hit y a cambio asume la belleza de una tarde plomiza de invierno. Los riffs rabiosos tienen su lugar en temas como “El oficial” o “Vivir muriendo” (muy cercano a “Reevolución”). También lo tiene el reggae en “No lo ves” o el excelente “Todo el día”. Pero lo más intenso e interesante del disco hay que buscarlo por el lado de la introspección y la melancolía, como en el caso de “Una triste melodía” -de un exquisito arreglo de cuerdas- , “Eskimal” -compuesta y cantada por Mateo Moreno- o “Simplemente yo” –también de Moreno-.

Los invitados están a la altura del disco. Entre otros, Ruben Rada pone su voz en el candombe “Tirano”, Tito Fargo (además productor del álbum), guitarras en el track 1 y Nicolás Ibarburu toca el tres en “De nada sirve”, un aire folklórico que cierra con unos versos recitados por Mario Benedetti.

Sin duda el punto más alto de creatividad de la banda y un digno legado del fin de una etapa.

Daniel Hofer